Un caso extremo sin duda es el de Yoli Díaz, la ministra que -ahora candidata y fundadora de una amalgama de plataformas neocomunistas y antisistema- se nos ha venido arriba y, lanzada sin freno ni embrague, está multiplicando sus apariciones peripatéticas en las que, en efecto, se dirige a los españoles adultos como lo hacían a los párvulos los personajes de Barrio Sésamo, generando auténtica vergüenza ajena y haciendo faltas de ortografía, gramática y sintaxis incluso mientras habla, pomposa y hueca ella.
El caso de Yoli y el proyecto en el que se ha instituido en una suerte de pavo real de la extrema izquierda no es en absoluto anecdótico, por estrafalario que se presente, sino que adquiere tintes de categoría.
En efecto, una galería de personajes obscenamente menores ha tomado el debate público sin apenas contestación, ante una sociedad crecientemente anestesiada y conformista. Con frecuencia, estos personajillos destilan en sus propuestas y mensajes odio y rencor; a menudo se mueven por el sectarismo y el ánimo de revancha, y esto es enormemente dañino para la democracia. Pero casi tan lesivo e hiriente es su estilo, insuperablemente penoso, con más encaje en una guardería que en un auditorio, de 47 millones de españoles, en el que por desgracia todavía hay extremistas y gente poco leída a la que agradan las bagatelas y boberías de la engolada Yoli: apenas un Twingo malamente tuneado… creyéndose un Ferrari.