Los caserones de piedra de los aledaños del Monasterio guardan secretos centenarios, entre sus galerías y ventanales de verde serrano por los que asoman los cortinales ecos del arte y sus efervescencias agosteñas. En este marco incomparable, las artes ven multiplicados, claro, sus mágicos efectos. El pueblo, en este tiempo, bulle con el
Festival Internacional de Verano de El Escorial, con el trajín de los mejores artistas, con su personalidad propia y consagrada ya, desde que levantaron en granito “amarello” el majestuoso teatro, allá por el año 2000 y después, cuando Riccardo Muti lo inauguró en julio de 2006. La directora del festival, Paloma Concejero, dio la bienvenida vestida de gala y verano a los cientos de visitantes que, felices, acudieron al encuentro del Teatro Auditorio y al programa que la documentalista y periodista había preparado. Empezaba así el espectáculo glorioso del fin de semana para calmar el ardor de la canícula inclemente.
El pasado viernes, el tenor lírico Juan Diego Flórez rindió a sus pies al respetable con “Recital voz y piano”, en un recital inolvidable junto al pianista Vincenzo Scalera en el que ambos acabaron entregados al calor de los aplausos y los bises. Sacó la guitarra e improvisó Flórez el popular “Cucurrucú paloma” y otras piezas clásicas, como la romanza “Una furtiva lacrima” de L'elisir d'amore (1832), de Gaetano Donizetti. La multitud respondió con ovaciones clamorosas porque, al volver a escuchar al peruano, acaso luchase la sensibilidad por restablecer su imperio entre tanta prosaica cotidianidad del resto del año, reclamando para sí su magisterio fecundísimo e inspirador entre las gentes, que agradecieron con aplausos a cada final. En la primera parte, disfrutamos de un repertorio completo y poco escuchado de Giuseppe Verdi, perteneciente a obras memorables –Rigoletto, Attila, I Due Foscari y La Traviata–. Y en la segunda, de temas y canciones de José Serrano, Pablo Sorozábal, Reveliano Soutullo y Juan Vert, Manuel M. Ponce, Salvatore Cardillo, Ernesto de Curtis, Ruggero Leoncavallo y Puccini.
Al día siguiente, el grupo luso de rock alternativo The Gift, liderado por Sónia Tavares y Nuno Gonçalves desde 1992, sorprendieron por su arriesgada experimentación: voces del coro empastadas con la gravedad de la vocalista y las audacias tecno del trío electrónico, ejecutadas con disciplina y técnica, parte de su disco “Coral”. Con ecos musicales inspirados en la partitura de Lele Marchitelli para La gran belleza, homenajes a John Cage, Philip Glass, Michael Nyman y a los pauliteiros de Miranda, los portugueses le ponen notas al trágico destino del hombre y sus descensos al Hades, con una puesta en escena que hace dialogar las voces celestiales con la fantasía creativa de una plutónica Tavares, revelada con energía que el público celebró y se llevó consigo para interpretar.
Nos esperaba después la suavidad dulce del Manhattan compartido en el callejón escurialense a deshoras, en el viejo cafetín, evocando las miradas, movimientos, gestos, músicas disfrutadas… Como asegura entre elegancias Concejero, acudir al Festival es llevarse después a casa un trocito de espacio y tiempo, de magia pura, de lo imposible escurialense. Habrá que volver, pues.
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