En 2001 se dijo, y con razón, que el atentado de Al Qaeda era un golpe “en” Estados Unidos pero que no era únicamente “contra” Estados Unidos sino que, como mínimo, lo era contra el considerado ‘mundo libre’, principalmente Occidente y sus aliados.
Otro tanto puede predicarse de la matanza en Crocus City Hall, al más puro estilo de las protagonizadas en otros tiempos por comandos de asalto integrados por terroristas chechenos. La infamia ha sido perpetrada “en” Rusia pero ni mucho menos va dirigida únicamente “contra” Rusia.
Putin tiene su agenda y sus intereses, en gran medida no sólo distintos sino opuestos a los de Europa, vista más como un rival -pigmeo pero rival- que como un amigo. Pero en esta inacabada guerra contra el yihadismo estamos del mismo lado de la Historia. Carece de todo sentido que frente a un enemigo global, la respuesta no sea global, sino local y -peor- fragmentaria e inconsistente.
El tablero de la geopolítica intercontinental se ha sumido en una suerte de caos. Los alineamientos son más imprevisibles que nunca, al menos que en el último siglo (Guerra Fría y Nuevo Orden Mundial). Y las guerras en Ucrania y Gaza no han hecho sino desdibujar la posición de cada uno de los Estados que tienen peso en la Sociedad Internacional (¿en qué lado y en qué guerra está cada uno?).
Podemos echarnos a dormir, poner en punto muerto la guerra contra el ISIS, situar en el penúltimo escalón de las prioridades la batalla contra el yihadismo más inhumano y sangriento. Pagaremos las consecuencias. Hoy ha sido en un teatro de Moscú. Mañana será un nuevo Bataclán europeo el que devaste el interior de nuestras murallas. Si no despertamos por fin o, como mínimo, mantenemos la guardia alta y ‘el sentido de misión’.