A saber, pero serán acciones sobre la coyuntura y opinable, que gestionarán el mismo mar de fondo: la “nueva España” invertebrada. Por lo cual semana a semana sólo podríamos comentar anécdotas, hechos puntuales, chanzas, irrelevantes escaramuzas partidistas, y así. Lo único que podría sacudir estructuralmente el estado de cosas sería, posiblemente, un terremoto internacional, cada vez más probable, aunque no sabemos cual, pero un tema al que sí deberíamos prestarle más atención profunda que a nuestras algarabías frívolas y superficiales sobre una nueva situación en este momento inamovible en sus cimientos: la “confederación asimétrica”. Por eso nos vamos a permitir, partiendo de una anécdota reciente, intentar desgajar un par de características radicales de la nueva situación, para analizar la semana que viene las confusiones conceptuales sobre ellas.
El suceso citado ha sido la recepción oficial con pompa, por parte de Salvador Illa, del ex Honorable Jordi Pujol, trufado de frases laudatorias sobre la importancia histórica del personaje y bla bla bla…Para los que peinamos canas esta historia es un “déja vu” muy triste. Recordamos, por ejemplo, que Pujol fue el negociador único con José María Aznar de los pactos del Majestic o que fue nombrado años ha, español del año por el diario conservador (y monárquico) de referencia en España. Volvemos a esa casilla de partida, pero con una notable diferencia, que ahora han salido a la luz cositas delicadas sobre Pujol, como su enjuiciamiento, sus niveles de corrupción o su apoyo “moral” al golpismo revelando lo que muchos denunciábamos hace lustros: es separatista. Taimado, paciente, habilísimo, probablemente inteligente y sin escrúpulos, pero puro separatista. Eso hace que la anécdota de la semana pasada esté trufada de humillación y bochornosa vergüenza, como indultos, amnistías, homenajes a etarras, etc…
Pero es una situación degradante percibida así por muy pocos. Y este último detalle, la insensibilidad de la mayoría ante lo que en otras democracias sería un escándalo es clave para explicar la rapidez y contundencia con la que se ha estructurado e instalado “la nueva España”. Pero esto que nos recuerda la dinámica de cómo hemos llegado hasta aquí (para bien o para mal, eso es otro análisis) nos pone de relieve un rasgo esencial de nuestra situación. Se ha llegado a nuestro nuevo estatus arrinconando permanentemente el concepto de bien común o de interés general de todos o, en una democracia, de la inmensa mayoría de los españoles, cediendo privilegios y poderes a unas oligarquías que representan, tal vez, a una minoría de estos españoles sino a sí mismas. Unas minorías que anhelan la desaparición de España en cuanto sea factible. Eso fue tímidamente así desde la CE, claramente así desde 1996 y acelerada y humillantemente así desde Zapatero.
No hacemos hoy valoración moral de lo acontecido; puede que nuestros febles líderes pensaran que impedir y evitar el terrorismo cruento fuera proteger el bien común, aunque fuera deteriorándolo. Sencillamente citamos un factor clave. ¿Y cómo se ha manifestado más palmariamente el menoscabo de nuestro bien común? Esencialmente, despreciando, tal vez aniquilando los valores de igualdad y solidaridad a nivel de todos los ciudadanos españoles. Pero para poder hacer esto es verdad que se ha intentado disimular engañar y confundir sobre estos conceptos, y merece la pena reflexionar sobre ellos la semana que viene.