Putin, que desde el primer momento apoya a Al Assad, ha emprendido por su cuenta la respuesta urgente y necesaria para cambiar el tablero en el escenario de la guerra. Los objetivos señalados por los bombardeos rusos son, principalmente, los centros de avituallamiento yihadista, sus centrales y almacenes de polvorines y armamento, así como sus principales lugares de operaciones. De momento todo un éxito, ya que ha frenado en seco las operaciones del Estado Islámico y ha suavizado con fuerza la guerra civil en Siria.
Después de los estados fallidos de Afganistán e Irak, tras las intervenciones de la coalición occidental, no podemos permitirnos en el área un nuevo país desestabilizado, porque favorecería las ansias expansionistas del Califato. Eso lo saben perfectamente en el mando de operaciones del Pentágono y de la OTAN, que están buscando ponerse de perfil y emitir algunas opiniones sobre la seguridad, cuando su verdadero deseo es aplaudir a manos llenas la intervención de Rusia.
Putin buscará algún tipo de beneficio añadido a su limpieza de imagen internacional y a la estabilización en la zona. Puede estar relacionado con la necesidad de bombardear algunos de los pozos petrolíferos que están en manos del ISIS y que hoy significan la mayor entrada de dinero por el comercio en el mercado negro con empresas piratas del crudo. Si se les cortan el abastecimiento de armamento y pertrechos, por un lado, y por otro el grifo de dinero para mantener sus acciones militares, se estarían arrinconando y cercenando las opciones de expansión yihadista. Al mismo tiempo, la eliminación de varios campos petrolíferos no vendría nada mal a los países productores de hidrocarburos que llevan meses con los precios del barril por los suelos.
Rusia ha entrado con fuerza en el conflicto y parece que sus acciones militares serán determinantes sobre el rumbo que tome la situación en Siria y sobre los avances del Estado Islámico.