Del papel de los ERTE en frenar lo que podría ser un torrente dan cuenta los 815.600 ocupados que a durante el último trimestre de 2020 trabajaron menos horas por regulación de empleo o paro parcial. La apuesta del Gobierno, pero con la participación de empresarios y sindicatos por mantener este escudo tanto tiempo como sea posible la encontramos en la prórroga recientemente aprobada que permitirá que el modelo perviva sin cambios sustanciales, al menos, hasta finales de mayo. Casi dos oleadas de la EPA más.
Ese plazo y el de la gran vacunación a grupos prioritarios (planeada en tres etapas distintas hasta el mes de junio) ponen ya la mirada de todos en la campaña de verano. ¿Qué se podrá y qué no se podrá hacer entonces? Y es que la vacunación no ha arrancado al ritmo necesario y la tercera ola en la que estamos inmersos nos advierte de que hay grandes riesgos y conviene actuar con prudencia.
Por eso el escenario genera dudas, como las que expresa el FMI al recortar la previsión de crecimiento de la economía española en 2021 al 5,9 %, en lugar del 9,8 % que augura el Gobierno. Parece que, en esa fase de crecimiento económico una vez superada la pandemia, serán esenciales los ingentes fondos europeos que percibirá España, pero, mientras tanto, la principal herramienta para evitar la destrucción de empleo son los ERTE, que parece que podrían prolongarse mientras haya limitaciones a la actividad.
En cualquier caso, los ERTE se definen —lo llevan en el nombre— por ser temporales. Eso significa que, en algún momento, habrá que quitar el escudo y descubrir la gravedad de la herida y del enfermo. Mientras tanto, los afectados son personas que viven con angustia su situación atrapados en una situación laboral de Schrödinger (la paradoja del gato que está vivo y muerto al mismo tiempo): hasta que no acaben los ERTE excepcionales no sabremos cuántos siguen teniendo trabajo y cuántos no.