El orden económico de los dos sistemas, el capitalista y el del socialismo real, tenían también su traslación a la política y la diplomacia, pero también a unos intereses comerciales que tenían su traducción inmediata en los equilibrios de los sistemas defensivos y de ataque.
Que la Rusia de hoy se sienta ultrajada, treinta años después de la disolución de la URSS, tiene un cierto punto de lógica, pues, aunque Estados Unidos y la OTAN aseguraron a Rusia que nunca “presionarían” hacia el Este sus fronteras, lo cierto es que, de manera casi inmediata, los países que surgen “del frío” se incorporan poco a poco a este sistema defensivo. Algo que, con toda lógica, Rusia ha podido interpretar como una amenaza a sus intereses.
Contra la promesa norteamericana, las fronteras de la OTAN se corrieron hacia el Este e incorporaron una serie de países que, o bien estuvieron alineados en la alianza del Pacto de Varsovia junto a la Unión Soviética, como es el caso de Hungría, Polonia y la República Checa, que se incorporaron el 12 de marzo de 1999, o el 29 de marzo de 2004 como ocurrió con Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia y Rumanía. Otras pequeñas repúblicas como Croacia, Montenegro o Macedonia del Norte se incorporan entre 2009 y 2020.
Recalcar lo poco que se conoce el hecho de que Albania es miembro también de la OTAN desde el 1 de abril de 2009.
Y recalcar asimismo que Estonia, Letonia y Lituania son los únicos estados independientes que surgen de la descomposición de la URSS que forman parte de la OTAN.
No resulta extraño que, al cabo de todo este tiempo, Rusia haya percibido cómo sus fronteras se han ido estrechando, por la pérdida de dominio sobre estados que hoy son repúblicas independientes, y que casi todos sus antiguos aliados, al menos en Europa, son hoy repúblicas hostiles a Rusia y que incluso forman parte de una alianza, la OTAN, que percibe a Rusia como uno de sus principales contrincantes. Por cambiar, lógicamente, cambiaron hasta los suministros de material defensivo y de guerra, incluidos los estándares de munición y todos los proveedores.
Al cabo de todo este tiempo, cabe también recordar la irregular incorporación por la puerta de atrás de la República Democrática de Alemania, la RDA comunista, a la Unión Europea. Ese salto se posibilitó por la reunificación de una Alemania a la que toda Europa percibía como líder político de la Unión Europea, locomotora de Europa y con una capacidad casi infinita sobre los fondos europeos, la moneda única y el Banco Central Europeo. El caso es que, contemplada en la distancia ya esta reunificación acaecida el 1990 tras la caída del Muro de Berlín. Analizados los hechos, hoy caben serias dudas acerca de la legalidad de aquella incorporación de la RDA a la UE, una RDA que no cumplía ninguno de los requisitos para formar parte de dicha Unión Europea, ni en lo social, ni en lo político -hubo que realizar esfuerzos desconocidos hoy para “emular” el sistema político de la RFA en un país que había quedado empobrecido y anclado en los años 50 y en el sistema monolítico comunista-, y mucho menos en lo económico: las huellas y diferencias entre la Alemania Oriental y la Occidental eran tan patentes que aún hoy quedan huellas visibles de las gigantescas diferencias. Incluso Berlín cuenta hoy con numerosos barrios del Berlín Este que no han sido capaces de superar las diferencia sociales y económicas ni habiendo transcurrido 30 años de la reunificación. Una RDA, antiguo aliado de la URSS, que, por arte de magia, también se incorporó de inmediato, vía unificación, a la OTAN.
La crítica objetivaa cómo se han producido los hechos en los últimos 30 años no podría quedar completada si no analizáramos el papel que ha ejercido la UE cuando han surgido conflictos en el seno de Europa. La UE siempre se ha puesto de perfil cuando han llegado los problemas. No hay una política exterior coherente y mucho menos defensiva, siempre tan supeditada a los intereses norteamericanos en esta parte del mundo.
Europa entró en guerra en el territorio de la antigua Yugoslavia tras el colapso de la Unión Soviética, y sus consecuencias aún se están pagando. El territorio de la antigua Yugoslavia está descompuesto hoy entre seis estados que son Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia del Norte, Montenegro y Serbia. Existe además un territorio en disputa, pleno corazón de Europa, que es Kosovo, en disputa entre Serbia y la autoproclamada República de Kosovo, un Kosovo que solamente está reconocido por 98 de los 193 miembros con que cuenta la ONU. El dolor y el recuerdo trágico de la Guerra -o Guerras-, de los Balcanes nos deben rememorar el indecente papel que representó la Unión Europea.
Algo similar ocurrió con los sucesos acontecidos en Ucrania, donde la Unión Europea volvió a ponerse de perfil. Par muchos analistas, la Unión Europea "afea" a sus posibles aliados cada vez que deja de intervenir en un asunto. Cuando aparecen en la misma Europa problemas graves, tal fue el caso de la ex Yugoslavia, Ucrania o, más recientemente, los problemas acontecidos en las fronteras de algunos países, como Hungría o Italia como resultado de la inmigración ilegal, no cabe esperar mucho de la respuesta de la UE.
El mundo ha cambiado mucho desde la caída de la URSS en 1991, en algunos extremos, a mejor, pero en otros, hacia una imprevisibilidad desesperante.
Es hora de que los mandatarios de las naciones del mundo tomen las riendas de los asuntos con cordura y moderación, buscando la colaboración activa de cualquiera que pueda erigirse como socio veraz en asuntos como Comercio Exterior, Seguridad compartida, Ciberseguridad y lucha contra el terrorismo.
La lealtad debería erigirse como una de las principales premisas para comenzar a trabajar.