Por añadidura hay muchos problemas que, además, acucian la opinión de los españoles y su estado de ánimo. Por ejemplo, la desafección actual hacia la política y situación autonómica en Cataluña o País Vasco, con tendencias independentistas radicales y violentas que sustentan incluso al propio Gobierno de España, restan legitimidad y eficacia a la Democracia.
Según los sucesivos barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), la corrupción es el segundo problema para los españoles, tras el paro, la crisis o la Pandemia. Y los políticos suelen ser el cuarto. Si sumamos corrupción y políticos -lo que está en la mente de muchos ciudadanos-, encontramos que prácticamente el 70% de los ciudadanos de España se quejan y desconfían del sistema político y de sus políticos, incluyendo, claro, a los radicales, incendiarios e independentistas, que se creen, o eso hacen creer, que han inventado la política.
Los sondeos en Cataluña arrojan similares inquietudes ciudadanas: poca gente cree que Cataluña vaya a ser indepoendiente alguna vez, especialmente si los que lo pretenden son los incendiarios, comunistas o financiados por potencias extranjeras, y la insatisfacción con la política, o el especticismo, se han instalado en la generalidad de las mentes que votan, siendo la situación política, tras el paro y la economía, y por desgracia, el primer problema para los catalanes, que tampoco están contentos, y esto entraña lógica, con los políticos que los representan, incluyendo los que uno mismo ha votado. Una desgracia nacional.
Como normal general en los sondeos y encuestas, en torno al 10% de los ciudadanos cree que la política catalana ha mejorado en el último año, el llamado "procés" ha deteriorado las expectativas, tanto para continuar unidos a España como para independizarse e incluso como para disolverse, y estamos en un callejón sin salida en el que solo cabe esperar y rezar.
Para colmo, las encuestas de los medios de comunicación suelen arrojar la general opinión de la falta de identidad de los ciudadanos con ningun partido ni ideología concreta, e incluso hay quien asegura que en torno al 80% de los españoles creen que los partidos «tal como ahora funcionan es muy difícil que puedan atraer y reclutar para la política a las personas más competentes y preparadas», por lo que muchos llegan, o llegamos, a la conclusión de que "votando no se arregla esto".
Una razón de esta desafección es que en España no existe el diputado de distrito como existe en países como Francia, Alemania, Gran Bretaña o Estados Unidos, las grandes potencias con tradición democrática. España no se asemeja a ellos en ésto.
El diputado de distrito, que defiende la Plataforma Demos, se tiene que deber tanto al partido que lo presenta como a los votantes que lo eligen. Depende menos de las cúpulas y está obligado a conectar con los electores (que lo eligen) e impulsa así la participación. Mientras que los de lista (los actuales) solo deben obedecer a sus direcciones (que los seleccionan y deciden que se vuelvan a presentar) y se convierten en algo similar a funcionarios. Sanear la democracia exige quitar poder a las cúpulas y la forma de lograrlo (no la única) es que los diputados dejen de ser burócratas de partido y tengan la misma libertad, independencia y conexión social que en otros países europeos.
La propuesta de ley electoral de DEMOS, es interesante y necesaria, ya que permitiría avanzar en ese camino. Siguiendo el sistema alemán (para evitar la falta de proporcionalidad del británico), debe proponerse que en casi la mitad de las circunscripciones (58) el elector tenga un doble voto. Con el primero elegiría directamente al diputado de distrito, con el segundo votaría a un partido. Este segundo voto permitiría compensar a los partidos políticos que hubieran sacado menos diputados en las circunscripciones. No se perdería con este sistema la proporcionalidad.
Me temo que a varias cúpulas de los partidos, que siempre se encuentran en duras e inexplicables guerras internas por el poder bajo capa de grandilocuentes diferencias, les resbale la propuesta, pero alguien tiene que dar el primer paso, un paso vital para salvar nuestra Democracia y que debería unirse, en una Reforma Electoral amplia, a la de las listas abiertas y la limitación de mandatos, lo que arrojaría mayor transparencia y control frente a la corrupción, el nepotismo y la renovación.