Siempre hemos evitado las acciones de los grandes bancos europeos. Porque su modelo de negocio y su estructura de balance nos parecen demasiado complejos. O dicho de otro modo: sencillamente no nos vemos en condiciones de sopesar las oportunidades y los riesgos de una inversión. Así que es mejor no invertir, aunque esto signifique que nos quedemos rezagados con respecto al mercado en determinadas fases del mismo o que nos perdamos supuestas tendencias. Son precisamente los últimos días los que han reforzado nuestra postura. Lo que estamos observando y viviendo estos días, la quiebra de Silicon Valley Bank o la absorción de emergencia de Credit Suisse, son más bien "daños colaterales" de la política significativamente más restrictiva de los bancos centrales, tras una larga fase de tipos de interés históricamente bajos.
Un entorno al que muchos deudores se habían acostumbrado. El proceso de ajuste es ahora más doloroso. La lucha contra la inflación tiene su precio.
La cuestión es hasta qué punto puede llegar, antes de que los bancos centrales consideren que el daño causado es mayor que el rendimiento de su estrategia antiinflacionista. Es muy posible que para entonces se hagan visibles nuevos daños. No es posible predecir con exactitud cuáles serán. Parece más fiable la valoración de que la lucha contra la inflación probablemente se perderá si los bancos centrales aflojan los "frenos" antes de tiempo.
Los bancos centrales se encuentran en un triple dilema: tienen que luchar contra la inflación sin poner en peligro la estabilidad del sistema financiero y sin paralizar completamente la economía. El Banco Central Europeo, como caso especial por así decirlo, debe además mantener unida la zona euro. Una tarea que difícilmente podría ser mayor. Lo que sirve para alcanzar un objetivo contrarresta el otro.