El pasado viernes, el tenor lírico Juan Diego Flórez rindió a sus pies al respetable con “Recital voz y piano”, en un recital inolvidable junto al pianista Vincenzo Scalera en el que ambos acabaron entregados al calor de los aplausos y los bises. Sacó la guitarra e improvisó Flórez el popular “Cucurrucú paloma” y otras piezas clásicas, como la romanza “Una furtiva lacrima” de L'elisir d'amore (1832), de Gaetano Donizetti. La multitud respondió con ovaciones clamorosas porque, al volver a escuchar al peruano, acaso luchase la sensibilidad por restablecer su imperio entre tanta prosaica cotidianidad del resto del año, reclamando para sí su magisterio fecundísimo e inspirador entre las gentes, que agradecieron con aplausos a cada final. En la primera parte, disfrutamos de un repertorio completo y poco escuchado de Giuseppe Verdi, perteneciente a obras memorables –Rigoletto, Attila, I Due Foscari y La Traviata–. Y en la segunda, de temas y canciones de José Serrano, Pablo Sorozábal, Reveliano Soutullo y Juan Vert, Manuel M. Ponce, Salvatore Cardillo, Ernesto de Curtis, Ruggero Leoncavallo y Puccini.
Al día siguiente, el grupo luso de rock alternativo The Gift, liderado por Sónia Tavares y Nuno Gonçalves desde 1992, sorprendieron por su arriesgada experimentación: voces del coro empastadas con la gravedad de la vocalista y las audacias tecno del trío electrónico, ejecutadas con disciplina y técnica, parte de su disco “Coral”. Con ecos musicales inspirados en la partitura de Lele Marchitelli para La gran belleza, homenajes a John Cage, Philip Glass, Michael Nyman y a los pauliteiros de Miranda, los portugueses le ponen notas al trágico destino del hombre y sus descensos al Hades, con una puesta en escena que hace dialogar las voces celestiales con la fantasía creativa de una plutónica Tavares, revelada con energía que el público celebró y se llevó consigo para interpretar.
Nos esperaba después la suavidad dulce del Manhattan compartido en el callejón escurialense a deshoras, en el viejo cafetín, evocando las miradas, movimientos, gestos, músicas disfrutadas… Como asegura entre elegancias Concejero, acudir al Festival es llevarse después a casa un trocito de espacio y tiempo, de magia pura, de lo imposible escurialense. Habrá que volver, pues.
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