Análisis y Opinión

Extranjero

· Por Julio Bonmatí, observador de masas

Julio Bonmati | Domingo 21 de abril de 2024
No es necesario empezar la partida, basta con contemplar la posición de todas y cada una de las piezas sobre el tablero de ajedrez y conocer las diferentes posibilidades de movimientos reglados que tiene cada una de ellas para obtener conclusiones extrapolables muy provechosas. Es útil con cierta frecuencia detenerse y analizar la propia ubicación que tenemos en la realidad espacio temporal que nos envuelve en ese preciso instante, y así en relación con los aspectos vitales situacionales de donde estoy y de donde me gustaría estar por ser viable, echarle valor y solo con el fin de actuar en consecuencia, sin admitir una respuesta que no sea honesta, preguntarse ¿Coinciden o son muy diferentes?

Ayuda a encontrar la solución a tal cuestión, volver al tablero de ajedrez y sus piezas ya que estas pueden utilizarse para realizar dos analogías: la primera, en una escala individual y particular del submundo propio y privado que todos tenemos, dado su valor en la contribución a la victoria en la partida, buscar que pieza se corresponde con cada uno de mis personales dones, capacidades y saberes; la segunda, en una escala colectiva y general del submundo comunitario y público en el que cada uno está inmerso, buscar la pieza con la que me identifico y con la que me identifican los demás, y ver su grado de coincidencia.

En estas transas, lo de blancas o negras es prácticamente indiferente pues, mal que le pese a más de uno, el color con la finalidad de victimizar como el resto de marcadores identitarios al uso es absurdo; pues ocurre como con el gato donde lo importante no es que sea macho o hembra, o que sea negro o blanco, lo que realmente importa es que sea eficiente cazando ratones. Lo esencialmente dirimente siempre en toda persona es únicamente la solidez y la resistencia del contenido que cae al volcar la vasija del carácter. Todo lo demás son meras músicas celestiales.

Sin necesidad de desplazarse por amplios territorios de abrupta orografía, incluso estando quieto, nadie se libra de tener sus propias fronteras mentales; esos límites que aunque, por haber sido testigos, nos consta que otros antes que nosotros los han superado sin mayores consecuencias; y que solo ya con aparecer en nuestra imaginación nos da miedo traspasarlas, al anticipar vernos desde este lado para el caso de llegar empapados a la otra orilla como extranjeros, tras haber cruzado a nado el que se nos aparece en nuestra figuración como el ancho río Nilo infestado de cocodrilos.

Y se debe ser consciente de que en el día a día para prosperar hay que mudar de escaque, sin que sea imperativo cambiar de tablero; y a consecuencia de ello toca asumir volverse extranjero por un tiempo si se quiere ganar la posición deseada: “generando superioridades a la espalda de la línea que te aprieta.”

Protege y ayuda para vencer el miedo que produce la circunstancia de sentirse extranjero en casa propia saberse vulnerable, falible y no exento de una porción de estupidez. No se debe dudar ni un ápice de ello y por ello jamás se debe caer en la tentación de solicitar ser admitido en el Club de “Todos son estúpidos, menos yo”. Imagínense, a todos los socios juntos reunidos en asamblea compartiendo tal creencia en impostada armonía, intercambiando unos con otros su particular surrealista sapiencia; sería la segunda convención donde se acumularía más desconfianza recíproca entre todos los presentes, la primera obviamente es la de los integrantes del club “Todos son malos, menos yo”.

Mi reconocimiento a los insatisfechos que sin miedo a las concertinas morales se atreven a saltar las fronteras mentales; y respetando la virginidad de la reina, gritan fuerte ¡Jaque al rey!

Y pienso que aun estando en escaque seguro, sin amenazas ni hostilidades, aunque solo haya sido por un segundo ¿Quién entre los suyos alguna vez no se ha sentido un poco extranjero? Si tú no, mejor para ti y ¡Qué te la bendiga San Pedro!

Considero muy enriquecedora tan agridulce experiencia por la sensación que te asalta, fruto de verte el único peón sobre el tablero, sin pares e incomprendido, percibido por el resto sin razones y equivocado. En tal caso por si no lo sabes has traspasado el umbral de un quiliástico intangible llamado “Acratoland” poblado solo por “extranjentales”, donde no existe pasaporte ni documento de identificación personal porque el número asignado no lo mantendría ni dos días seguidos ni uno de sus revoltosos habitantes sin tacharlo o borrarlo.