Análisis y Opinión

Valor

· Por Julio Bonmatí, Observador de masas

Julio Bonmati | Domingo 23 de junio de 2024

Audentis Fortuna iuvat.

(Virgilio. La Eneida. Siglo I a.c. Verso 284. Libro X.)

Siempre, desde que guardo memoria, me gustó el número trece; y si se me pregunta ¿A qué se debe? Debo contestar que la razón última, al rendirme hace mucho en seguir insistiendo en su búsqueda, la desconozco. Y aunque el segundo acuerdo tolteca desaconseja suponer, al no tener a este respecto ninguna certeza, recurro a tan socorrida acción para responder que supongo que influye la educación en valores recibida durante mi infancia en los años sesenta del siglo pasado.



Y alguien dirá ¿Qué tiene eso que ver? Sencillamente que estando en el colegio, al oír continuamente la palabras “eso no”, un día para pasar el rato y también porque me interesaba poco la lección, dada mi poca originalidad para buscarme distracciones, se me ocurrió usar los números cardinales para contar todo lo que durante esa jornada nos decían qué no debíamos hacer, y dio la casualidad que el resultado alcanzado fue de trece acciones prohibidas.

De ahí a concluir en la inacabada mente de un niño, al bastar para ello sencillamente darles la vuelta, que por tanto hay también trece actos que se han ganado la etiqueta de socialmente correctos solo había un paso, que obviamente por su sencillez [y también por ser solo un niño] no me costó dar.

Vi que seguir a rajatabla el comportamiento adecuado según los cánones imperantes era el único valorado de forma positiva y en alguna rara ocasión, cuando se anteponía la obligación a la devoción, incluso se recibía un premio o una recompensa, que el propio agente juzgador calificaba de justa; y aunque como ya mencioné a parecer de los toltecas no se debe hacer, supongo que lo hacía para que dedujéramos que cuando imponía un castigo también era igual de justo en su también hacer como verdugo.

Dada mi persecutoria manía, aunque para mi propio engaño lo llame perseverancia, de hacer uso habitual de los números, en esa otra ocasión valiéndome de los ordinales, con agradable sorpresa observé no mucho después, en los primeros años setenta, que para la palabra valor la RAE enuncia una a una, y siguiendo su costumbre sin dejarse ninguna, hasta una decimotercera acepción.

Y prescindiendo por completo del método científico, ni falta que me hacia entonces, para mi inmadurez quedó suficientemente acreditado, sin necesidad de más pruebas, que no podía ser fruto del azar tal coincidencia numérica.

Por otro lado en aquellas fechas inicié en el ámbito de las matemáticas mis incursiones en el dominio de los primos, y aprendí que el especial valor del trece estriba en ser el primer número primo permutable por otro número primo, el treinta y uno; y ser también el primer número primo resultante de la suma de dos números primos (uno de ellos con dos guarismos), el dos y el once. La diferencia, mientras no perjudique a terceros, indiscutiblemente es un valor de distinción, a mayores si eres el primero en algo. Obsérvese la paradoja, en este ramo el primero es el trece.

Al llegar 1978 aquí todo cambió, mientras en otros sitios en cambio sencillamente todo siguió cambiando, y de tal mutación no escaparon tampoco los valores; y así en beneficio de los ciudadanos quedaron consagrados en nuestra Constitución los que desde entonces serían los superiores de nuestro ordenamiento jurídico: libertad, justicia, igualdad y pluralismo político.

Pero el ordenamiento jurídico no es el final, fuera de su campo queda un extenso espacio abierto para que instalen morada y hábitat otros valores, y de los excluidos por el derecho el que con diferencia siempre más admiré, admiro y creo que seguiré haciéndolo es la valentía, palabra curiosa pues su etimología y su raíz o lexema es la misma que la de la palabra valor; empezando con este pequeño detalle la distinción que llamó mi atención.

Y ya puestos en disquisiciones ociosas propias de un día festivo, tienen el mismo lexema, “tec”, la palabra techo y la palabra detective; el primero cubre y el segundo descubre. Para que luego se cuestione el gran valor de una buena escuela para, tras su abandono, alcanzar algún día una buena vida.

Y con independencia de íntimas y personales creencias actuales que nada pintan en estas entelequias de paso, nunca olvidaré las tardes lectivas sentado en el pupitre, cuando no necesitaba buscarme distracción al tenerme entretenido la escucha de las andanzas de los doce más uno [en mi imaginación de niño, su jefe] que allá por el siglo I d.c. añadieron nuevas piedras para consolidar los pilares de los valores de nuestra Cultura Occidental, encima de las colocadas antes por los filósofos griegos y los jurisconsultos romanos.

Y allí, mientras miraba por la ventana y del relato que me contaban de forma interesada por mi parte yo sacaba las conclusiones que me convenían, interioricé que merece siempre y mucho la pena hacer uso y ejecución de la valentía en la dosis que en cada ocasión se requiera para, esgrimiendo justo título como base de apoyo necesario y suficiente para ello, desobedecer si no convencen los valores que pretende que te pinches en vena quien mayormente te es ajeno y te importa su suerte una higa; y así, solo el valor te arma del inquebrantable fundamento y la dignidad que se precisa para no dejar de navegar a contracorriente con riesgo real de que te rompan la cara, o dicho en modo figurado de que te partan el alma.