Análisis y Opinión

Competir

· Por Julio Bonmatí, observador de masas

Julio Bonmati | Domingo 28 de julio de 2024
Para mis amigos, esas “malas compañías” pero que merecen tanto la pena, con los que compito taco en mano por la conquista de troneras más anchas de lo que aparentan al golpear la bola de marfil; cuando con el primer estacazo tiza en mano separándose de la mesa se informa con voz clara al adversario: ¡Mesa abierta! Si al terminar el partido no eres capaz de felicitar y abrazar con sincera alegría a tu contrincante, de poco te sirvió jugar pues no has entendido nada del juego; y, lo que es peor, de la vida me temo para tu desgracia que mucho tampoco.

Considero muy importante competir en buena lid con asiduidad, es la única forma de compartir con un noble rival un interés común, aunque enfrentado, dado que ambos quieren ganar y es legítima en los dos tal pretensión. No jugar, eso sí siempre limpio, para ganar es la mayor falta de respeto que existe para con el oponente. Saber ganar y saber perder, es saber respetar. Aquello de “lo importante es participar” es una falacia y una estulticia, ya se participa por obligación en muchos eventos que son un tostón –donde lo importante es que sean muy breves-. Es muy importante ganar, pero si se pierde no pasa nada, se celebra la participación, y la próxima vez será, o no; eso sí procura entrenar más.

Y lo anterior lo mantengo, sobre la base de que si se disfruta compitiendo, nunca se debe olvidar: primero, que si se le gana a un inferior es abuso, y no deja de haber un punto de mezquindad por lo que en tal caso se debe eludir el enfrentamiento salvo que lo hagas para enseñar; segundo, si le ganas a un igual sencillamente en tal ocasión te favoreció el azar y en ello no hay ningún motivo de orgullo; y tercero, cuando vences a un superior entonces ahí sí hay honor de verdad, a mayores si prescindes de alharacas y ostentosas celebraciones. Celebrar en exceso el triunfo es propio de melifluos y catetos, no debes olvidar que has cumplido con tu deber y tu compromiso, y debes guardando una severa compostura agradecer al destino que te haya favorecido al permitirte hacerlo.

Si te quieres conocer de verdad, y poderte mirar al espejo sin posibilidad de autoengaño, solo hay dos vías: la adversidad y la competición. Y cada una enseña en fondo y forma cosas distintas, pero complementarias; no pasa la prueba del algodón la sustitución de una por otra. Respecto a la primera, es sabido que la mar en calma y el viento de popa no hacen buen capitán; y respecto a la segunda, en el lance se forja el temple del espíritu. En la adversidad y en la derrota si finalmente al no poderte contener, las lágrimas brotan, se dejan deslizar silentes y se llora hacia dentro.

Es lógico no buscar la adversidad, ya se encarga cuando así lo determina ella sola de aparecer, no precisa de invitación previa; y mientras tanto si te quieres construir plenamente, sin dejar en la personalidad campos yermos, carece de toda lógica no competir, aunque sea al parchís.

Estudiar para superar un examen que va a puntuar un duro examinador está claro que es sacrificio y esfuerzo, pero en el momento exacto de la prueba, mientras estás tú solo, papel y lápiz, resolviéndola ¿Cómo lo calificarías? ¿Tiene más de adversidad o lo tiene de competición? En mi opinión, no teniendo nada de una ni de otra, sin ninguna duda también contribuye mucho a nuestra personal construcción.

Retomando lo que aquí me trae, considero muy instructivo participar en deportes o juegos donde el resultado depende en gran parte del cultivo de una habilidad acompañada de una conducta interior: la de observar y analizar, para pensar la estrategia, sin dejar de mantener la calma y el autocontrol. Ese tan necesario cuando se tuerce el plan, lo que nunca deja de ocurrir. La eficacia del plan dura lo que tarda en empezar el enfrentamiento. Aquí se hace válido lo de más vale maña que fuerza; y en la rapidez, los reflejos y la capacidad de reacción está el secreto de la destreza.

Si no juegas ni ganas ni pierdes, y nada aprendes. Quien solo gana, no aprende a ganar; y quien solo pierde, si aprende a perder ¡A la fuerza ahorcan! La conclusión: a perder se aprende perdiendo y a ganar se aprende también perdiendo. Y la moraleja, nadie es un auténtico campeón sin antes haber perdido.

Lo bueno, es que al terminar si no eres un zoquete queda interiorizado con certeza lo aprendido; y lo no tan bueno, es que lo de poderlo aplicar ya se verá, o no; pues precisas simultáneamente de la ocasión y de alguien que de nuevo te quiera dar la oportunidad ¡Agradéceselo!

Al competir, si lo haces con frecuencia, tienes que variar bien la estrategia bien la táctica cuando no ambas; si repites siempre lo mismo, anulas tu capacidad de sorpresa, terminan por conocerte y mal vas, y así obligado por tal circunstancia te acostumbras a cambiar la forma de pensar, aprendes a jugar a la contra. En nuestro particular pequeño dialecto propio –ellos saben a quién y a qué me refiero- lo llamamos hacer un “snooker”, por cierto otro acto del habla más cuya etimología es puramente genital. Es curioso como en los torneos no es infrecuente encontrar jergas que tienen un sentido de identidad solo para los participantes.

Y a fuerza de insistir, de no dejar de competir, vas descubriendo que la filosofía del juego, como la de otras facetas de la vida, no deja de tener su peculiar e irónica profundidad, como me enseño un amigo al decir con la cabeza alta y conservando la sonrisa tras caer y no por torpeza: “He jugado como nunca, para perder como siempre.”