Por suerte o por desgracia para su propia persona, por lo que ilegítimamente está teniendo que soportar de una nutrida cuadrilla de cafres, Peinado se está elevando en defensa de principios éticos que son irrenunciables para cualquier juez o fiscal en cualquier Estado de Derecho homologado y homologable.
Peinado se está legitimando frente a los ciudadanos y frente al chantaje, las presiones, las amenazas y -en general- las agresiones de los totalitarios. Peinado está acreditando que esa legitimación trae su causa en la confianza de una población que está percibiendo que un juez, única y exclusivamente, puede actuar sometió a la ley. Peinado está elevando, por encima de la mediocridad y del ruido (en realidad de los ladridos), la independencia y la imparcialidad en el ejercicio de sus funciones. Peinado está poniendo en valor la propia responsabilidad ética de quien ejerce una función que tiene como uno de sus pilares primeros tratar sin distingos y por igual a todos y cada uno de los justiciables.
En suma, Peinado está, en su quehacer diario en la persecución de los delitos que salpican a Begoña, escalando frente a los enanos para blindar de las turbas irracionales (vacías de argumentos y llenas de sectarismo y odio) principios como la integridad y la honestidad, como la equidad, como el espíritu de servicio y el respeto a las partes que intervienen en el proceso (también las acusaciones).
Sostenía Cicerón que “el magistrado es la ley que habla”, y Peinado, lisa y llanamente en el cumplimiento de su deber, está poniendo todo lo técnica y humanamente posible en el procedimiento penal que hoy atrapa a Begoña para que aprendices de tiranuelo (muchos simples palanganeros y alfombrillas de baño usadas del todavía presidente Sánchez) no puedan acallar la voz de nuestro ordenamiento jurídico, que es, a la postre, expresión directa y encarnación de nuestro Estado social y democrático de Derecho.