Entre los 25 y los 34 años, el porcentaje de personas que viven de alquiler se dispara al 43 %, mientras que solo el 25 % vive en una vivienda en propiedad. En cambio, en mayores de 55 años, el 75 % son propietarios.
Interpretación: Comprar casa ya no es algo que se haga a los 30. Se retrasa o, directamente, se renuncia. La generación millennial se ha adaptado al alquiler como forma de vida.
Mientras el precio del metro cuadrado sube sin freno, los salarios no acompañan. Comprar una casa en propiedad, sobre todo en ciudades como Madrid o Barcelona, exige ingresos altos o apoyo familiar. La entrada de la hipoteca, los impuestos y los gastos asociados convierten la operación en un lujo para muchos.
El 90 % de las hipotecas exige entre un 20 y un 30 % del valor de la vivienda como entrada más los gastos. La mayoría de jóvenes no tiene esos ahorros, y menos aún después de la inflación postpandemia y la precariedad laboral.
Las mujeres son mayoría entre quienes viven solas de alquiler: el 62 % de los hogares unipersonales en alquiler están encabezados por mujeres, muchas de ellas profesionales jóvenes.
Razón: Buscan independencia y movilidad, y en muchos casos retrasan o descartan la compra hasta tener estabilidad económica o una pareja consolidada.
En Madrid, más del 35 % de la población reside en régimen de alquiler, y en Barcelona la cifra supera el 40 %. En contraste, en Castilla-La Mancha o Extremadura, el porcentaje de propietarios sigue por encima del 75 %.
El motivo es claro: en las grandes urbes los precios son prohibitivos. Alquilar es, en muchos casos, la única vía de acceso a una vivienda bien ubicada.
Las generaciones más jóvenes no tienen el mismo tipo de vida que sus padres. Cambian de ciudad, de pareja, de estilo de vida. ¿Cómo comprometerse con una hipoteca de 30 años si no sabes dónde estarás en cinco?
7. Vida nómada, trabajos híbridos y miedo al compromiso
La figura del “nómada urbano” se impone: perfiles que cambian de ciudad según el proyecto, que trabajan en remoto desde distintos lugares o que simplemente no quieren “atarse” a una hipoteca de 30 años.
El alquiler permite movilidad, experimentar barrios, cambiar de piso según estilo de vida… y mantener el control.
Una hipoteca implica papeleo, bancos, notarios, seguros, reformas, impuestos... Mientras tanto, alquilar un piso puede resolverse en semanas. En un mundo de gratificación inmediata, la rapidez gana.
Con los tipos de interés fluctuando, los gastos añadidos a la compra (notaría, ITP, reformas, comunidad, derramas) y el miedo a futuras crisis, muchos jóvenes desconfían del ladrillo como inversión.
¿La paradoja? Prefieren pagar un alquiler elevado que comprometerse con una cuota hipotecaria que puede aumentar o dejarles atrapados.
Hoy, la experiencia de habitar un espacio se ha vuelto más emocional, sensorial y estética que jurídica. Muchas personas invierten en hacer suyo el piso alquilado: lo decoran, lo reforman (hasta donde pueden), lo transforman en un refugio personal. El hogar ya no se define por escrituras notariales, sino por atmósferas. Y en ese escenario, el diseño cobra protagonismo: ya no importa tanto si el hogar es tuyo o alquilado, sino cómo se vive. Por eso, estudios como Lobo Studio, especializados en interiorismo emocional y visualización arquitectónica, están transformando también el mercado del alquiler, creando espacios que no se compran… pero se sienten como propios.