La Capilla Sixtina, antes Cappella Magna o Maggiore, debe su nombre al papa Sixto IV que hace más de cinco siglos mandó restaurarla. Según el Antiguo Testamento tiene las mismas dimensiones que el Templo de Salomón, (40,9m x 13,4m). En ella se reunen los miembros del Colegio Cardenalicio con menos de 80 años de edad para, en Cónclave ante Dios y libres, elegir al nuevo Papa, con al menos dos terceras partes de votantes. Sin candidatos, ni campaña para proponerlos, los electores, para decidir su voto, no tienen más que dos medios de información: El conocido y público de las Congregaciones previas al Cónclave, Generales y Particulares en Sede Vacante, reguladas por la Constitución Apostólica, de San Juan Pablo II, ‘Universi Domini Gregis’. Y el conocimiento personal y moral de cada uno deducido y fiado al eco divino del Espiritu Santo.
A pesar de lo conocido, por la trascendencia y autoridad del Papa en el mundo, de espaldas a la bonhomia de los votantes, hombres que han dedicado su vida a la Iglesia Católica, están apareciendo noticias que copan telediarios y medios de comunicación: Lineas de acción continuista o revisionista con el Papa Francisco (q.e.p.d.) como referencia. Facciones eclesiales con intereses no siempre definidos que se antojan locales. Y los focos de influencia y poder económicos, políticos o geostratégicos. Frente a todo, tapado por los solideos que, como casquetes, protegen a los votantes de lo secular, la realidad terrenal convertida, adrede o por inconsciencia, en la lid oriente-occidente: China-USA, con actores vistos, figurantes improvisados, comparsas obligados, o sin nada.
El Espiritu Santo, Tercera Persona de la Trinidad, es Dios y, como Tal, conoce la realidad desde una categoria omnisapiente celestial a la que no llega el conocimiento humano. Los cardenales que votan en la Capilla Sixtina son hombres que, dicen y algunos queremos creer, aceptan lo que el Creador haya dispuesto para ellos. Puede que tengan dudas para aceptar o rechazar el papel de jefe de la Iglesia Católica como sucesor de San Pedro, acentuado por la conciencia, informada hasta donde llegue cada uno, del estado y problemas del mundo actual. En principio, para aceptar lo dispuesto para ellos. Pero cabe la posibilidad de que no ocurra lo mismo para decidir a quién encomendar, si es otro, la dirección de la Iglesia Católica. Para decidir, a favor o en contra de esa responsabilidad, pueden ser necesarias algunas Congregaciones Particulares previas al Cónclave. Para entender la sabiduria necesaria, los conocimientos de candidatos y para discernir quien, en el Colegio Cardenalicio o fuera, puede, a la espera del futuro que se aventura, conversirse en nuevo Papa.
Además de las Congregaciones, públicas o privadas, conocidas o no, el cónclave próximo cuenta con algo que existe desde el origen de los tiempos: El Espírito Santo, amor del Padre Dios y del Hijo Jesucristo. Con Él, Tucidides, Pericles, Esparta, Atenas, Guerras del Peloponeso, Mundiales o Fria, USA, China y lo que venga puede entenderse y reducirse, a un humano episodio arancelario. En el Cónclave, con el Camarlengo u otros, llenará conversaciones entre cardenales, meditaciones y oraciones. Es posible que gaste tiempo y alargue la fumata blanca en el Vaticano. Pero, ‘stricto sensu’, desde el realismo humano, sólo es una trama de Tucidides en la Capilla Sixtina.