Análisis y Opinión

Contingente

· Hay quien para “ser” precisa de una etiqueta otorgada por las convenciones sociales que le proporcionen un sustantivo de identificación, sin ella es incapaz de reconocerse ni ante el espejo, y por tal carencia permanentemente se encuentra incómodo, frustrado y acomplejado

Julio Bonmati | Domingo 18 de mayo de 2025
Y si para su tranquilidad y poderlo acreditar le dan un título en forma de diploma, o ya para qué contar si lo ve publicado en un boletín oficial, el amor propio se le hace gelatina de turrón. Me refiero a los fatuos que cuando les preguntas y tú ¿Quién diablos eres? Responden elevando los talones y un punto la gravedad del tono de su voz, yo soy un virrey que interesadamente para toda ocasión se adereza con traje de presidente.

Y no se dan cuenta que tal complemento preposicional tiene su origen en el visible lugar de la mesa donde asienta sus posaderas cuando comparte reunión o junta con los demás, vamos que si no acude ninguno de los otros o algunos de los que acuden creen que le queda grande el cargo, aunque él crea lo contrario, en verdad no preside nada de nada; y al no poder ejecutar de forma plena la acción que lo describe en ese momento simplemente como mucho, si no quiere engañarse, debería experimentar un “no ser” de lo que realmente le “gustaría ser”.

Por otro lado están esas otras personas que consideran que desde el momento en que por realizar una acción otros les otorgan una identidad específica fundamentada en esa concreta acción, también a la vez sienten que les están poniendo vallado de espino a su campo de libertad individual y personal; son aquellos a los que por su carácter pasajero esa libertad de titularidad privada y particular que solo habita en su fuero interno es la única libertad que de verdad les importa y cuidan, muy por encima de la libertad colectiva y compartida establecida en un papel a la que para jurídicamente defenderse ocasionalmente en un puntual propio interés se pudieren acoger.

A veces estos últimos se encuentran envueltos en la necesidad de tomar una decisión donde por una parte se desea realizar puntualmente una acción, pero por otra parte no se quiere alcanzar ninguna condición descriptiva y mucho menos ganar el permanente distintivo social que adquieren habitualmente los que la llevan con frecuencia a término.

Y así estos últimos cuando un interrogador, aparentemente sin más razón que el capricho y la curiosidad, les formula la siguiente pregunta ¿Tú qué quieres ser? Sin otro fin que el de que se hagan públicos sus deseos sin una razón plausible para hacerlo, se sienten incomodados pues saben que manifestar los anhelos propios ata, y para no perjudicar su intimidad y a la par facilitar la buena predisposición, la comunicación y el entendimiento, con una breve y lacónica respuesta contestan:

Tengo mucho tiempo, por ello me lo tomo con calma y todavía sin prisa alguna sigo descubriéndolo. Quiero incumplir pero no quiero ser solo un incumplidor. Quiero estudiar pero no quiero ser solo un estudiante. Quiero trabajar pero no quiero ser solo un trabajador. Quiero vaguear pero no quiero ser solo un vago. Quiero casarme pero no quiero ser solo una persona casada. Quiero el divorcio pero no quiero ser solo un divorciado. Quiero fumar pero no quiero ser solo un fumador. Quiero escribir pero no quiero ser solo un escritor. Quiero leer pero no quiero ser solo un lector. Quiero mandar pero no quiero ser solo un mandón. Quiero apropiarme de lo ajeno pero no quiero ser solo un ladrón. Quiero jugar pero no quiero ser solo un jugador. Quiero luchar pero no quiero ser solo un luchador. Quiero mentir pero no quiero ser solo un mentiroso. Quiero manipular pero no quiero ser solo un manipulador. Quiero torear pero no quiero ser solo un torero. Quiero casi todo pero no quiero ser solo casi todo, y como el todo es imposible para eso mejor según el caso considero lo más ventajoso ser o no ser nada.

Y añaden, visto que no deduces por ti “solo” en semejante retahíla de aparentes contradicciones el común denominador, y requieres de mayor explicación aspirante a virrey con traje de presidente de escalera y maneras de zoquete de primer escalón, gustoso te la daré:

Dado que somos contingentes y estamos de paso, alineado con los planetas ayudo a esa amiga de todos los pragmáticos llamada contingencia, y para ello dirijo mi acción y acomodo mi deseo para que también sean igual de contingentes mis actos y mi libertad a la hora de realizarlos, y ello requiere no repetirlos y de tropezar dos veces con la misma piedra que tal hecho no tenga la trascendencia que se exige para merecer por siempre ninguna calificación.

Todo lo humano es temporal y pasajero, sin que ello obligue a la renuncia plena a la vocación de coherencia y trascendencia. El acto, guiado por una ética propia, sin abandonar la congruencia mayormente debe hacerse por el mero placer de experimentarlo, y cuantos más se acumulen en la mochila de la vejez mucho mejor pues más se ha errado, más se ha aprendido y como consecuencia más se ha vivido, no se hace para ser y mucho menos para obtener marchamo aduanero que acredite que se ha cruzado una artificial frontera en un mapa de papel, que luego en la complicada realidad orográfica del terreno es imposible de identificar.

Quien aspira para sentirse algo a mantenerse en la misma condición para siempre, sin siquiera contemplar hacerse oportunamente y a tiempo a un lado para volver a empezar y ser un eterno principiante, cuando además inevitablemente algún día vendrá la parca a recogerle, es un obtuso y un obstinado que aunque quiera ser solo el permanente regente de un territorio marginal confunde desear valer con de verdad ser solo válido. Y por ello los del segundo grupo aunque en ocasiones quieran presidir su devenir vital no quieren ser por siempre el único presidente de su vida y cuando corresponde ceden gustosos ese responsable papel a la contingencia.