Lo único que en su validación realmente empareja e iguala al ignorante y al sabio en un momento dado es el entusiasmo por reducir la ignorancia, por tal motivo el segundo debe establecer los límites que hacen aflorar la esencia del primero y este debe aceptarlos con gratitud si quiere construir con garantía de solidez sobre su innata natural substancia.
El objetivo de un buen alumno no es saber como pudiera parecer a primera vista, su objetivo debe ser ejecutar con plena dedicación y hondura, sin permitirse ni el más ligero despiste, la acción de aprender y para ello debe seguir al pie de la letra todas las indicaciones del profesor, que por algo lo es y gustoso generosamente ejerce de tal, y la consecuencia de actuar de esta manera, ser obediente, es la adquisición de conocimiento, ese que una vez adquirido por la vía correcta puede llegar a convertirse en sabiduría, y está curiosamente en su mera intención, en su sola aspiración, no es un objetivo es un deseo. La mera acumulación de conocimiento sin más no es sabiduría, en esta última respecto al primero y por encima de este se exige: en primer lugar, rehuyendo atajos el adecuado método en su adquisición para conseguir su alcance completo; y en segundo lugar, la utilización exclusiva para fines adecuados, lo que implica nunca al servicio de mal o para causar daño.
Lo primero que obligatoriamente debe aprender el discípulo de un buen maestro es a distinguir la diferencia entre objetivo y deseo, porque es intrínseco al concepto de deseo a mayores cuando se tienen algunos acumulados en la recámara, que todos ellos sin excepción no se pueden terminar cumpliendo pues si se produjese tan deseado hecho, que todos ellos al final se materializarán para beneficio propio, no podríamos diferenciar con claridad los sueños de la realidad. Y lo que comienza como la búsqueda de la luz de ser cierta esa situación paradójicamente al final solo traería confusión.
Hasta entre las personas de la más baja estofa y condición se puede hacer distinciones, y así hay dos tipos de parásitos, lo que al menos se esfuerzan en saber elegir al huésped y los que ni siquiera en este simple afán gastan energía propia. Y a su vez en todo ejército hay dos tipos de oficiales luciendo los galones propios del generalato, aquellos que al ser humildes saben que para ganar una guerra primero hay que ganar aliados y los soberbios que obviamente tan básico principio bélico lo ignoran por completo.
Cuando se vive de espaldas a los demás se corre el riesgo de terminar molestando a todos y finalmente de una forma u otra no te dejas ni a uno solo sin enfadar; lo que en términos de admitida verdad general es garantía de fracaso, pues nadie reconoce en tal caso legitimidad en el logro, al preguntarse ¿Lo hubiera conseguido igual sin incomodar? Para en el mejor de los casos resultarle imposible encontrar diáfana defendible respuesta.
Para alcanzar la puntuación de “máximo sobresaliente alto” hay que apuntar a la excelencia, y esta precisa de cuidar constantemente y de forma repetida el penúltimo detalle, el último está permanentemente por llegar, sabiendo que este matiz [ser cuidadoso] debe ser sin frenar ni parar reiterativo hasta rozar ligeramente aquella sin llegar jamás a traspasarla para no cerrar la puerta a seguir siendo capaz de sorprender, pues hasta lo excelente precisa de no convertirse en costumbre para seguir conservando tan gran aprecio.
Y como le dijo el maestro al aventajado discípulo al terminar su última lección y orgulloso del resultado entregar el merecido diploma al egresado, a partir de ahora nunca salgas de casa sin llevar contigo para repartir una generosa ración de irónica sutileza “pequeño saltamontes”, y para seguir entendiendo y comprendiendo el mundo que te rodea no dejes nunca de perseverar en memorizar, memorízalo todo, y si algún opositor a ocupar un disfuncional puesto social de inútil zoquete te pregunta por qué sigues con los años esforzándote en ello, responde que la razón es muy simple, porque con el pasar del tiempo cada vez te vence más la pereza, eres más vago y te gusta cada vez menos cargar con el peso que supone llevar todo el día los libros de consulta bajo el brazo.