Análisis y Opinión

Estimación

Julio Bonmati | Domingo 29 de junio de 2025
A veces a lo largo de la singladura falla el GPS y entonces no queda otra que navegar por estimación, lo que para mantener con la mínima desviación el rumbo obliga a estar permanentemente muy alerta; y aunque a priori fastidia, tras imperativamente llevar un rato mirando las estrellas, con dolor de cuello y de ojos vuelves a descubrir que el firmamento está ahí para guiarte y te dices ¡Hay que fastidiarse! ¡Maldita sea! Manda esferas, darte cuenta así de que en el fondo tienes suerte.

En ese momento algo cambia y te percatas de que, aunque lo parecía, no hay vacío ni abajo en un negro mar ni arriba en un cielo azul oscuro; ambos, cada uno a su manera, solo son otros tiempos con otros ritmos y otros espacios con otras distancias. Y con el incremento de la práctica, al igual que pasa con la acumulación del roce, nace la estima por el uno y por el otro.

Individualmente el ser humano en su cotidianidad nunca es sublime, en todo caso como mucho es aceptablemente vulgar, pero no todos los integrantes de la especie son necesaria e inexcusablemente un ejemplo de toda vulgaridad. En cualquier caso, tal realidad nunca vale como excusa, pues jamás se debe estimar como válida respuesta un nunca, ni siquiera cuando el boleto del nunca es el que más probabilidad tiene de salir en el sorteo.

Las cicatrices son como un atlas, indican las historias que te tocó superar. Y quien no las tiene o no tiene las suficientes carece de mapa, y al carecer de referencias la buena dirección a seguir la debe fijar siempre por estima, lo que te mantiene alejado de la certeza y en consecuencia a quien resiste cansa y al blandito que se rinde, agota.

Si lo piensas bien básicamente la causa del origen de la mayoría de los pensamientos son la duda y el asombro. La primera genera incertidumbre y la consiguiente respuesta para invitar a la seguridad es poner a dar vueltas sin parar la rueda mental, el segundo genera inicialmente un parón en seco que sirve de impulso para desatar un revoltijo mental que exige para gestionarlo la acción cerebral.

Estimo que tanto la certeza como la apatía no inyectan en la cabeza la energía que se requiere para pensar, porque al hacerlo en algún momento esta acción debe emocionar y poner de vez en cuando la piel de gallina o el vello de punta, de ahí la fuerza de la poesía al entrelazar como nadie emoción y pensamiento. Lo que ninguna de aquellas, certeza y apatía, consigue.

En el siglo pasado a alguien corroído por la inaguantable duda se le ocurrió pesar un millón de pesetas y para su asombro vio que pesaba casi un kilo, y desde ese momento se adoptó la costumbre de llamar “un kilo” a un millón de pesetas y por extensión a una cantidad representativa de la primera unidad de algo bueno.

A veces conviene con la balanza pesar y a veces prescindiendo de la báscula interesa más estimar, nadie duda que un kilo para realmente serlo siempre debe pesar exactamente mil gramos y así se realiza con lo corpóreo. En cambio, para pesar lo incorpóreo con un propósito disruptivo hay que recurrir a la estimación virtual del umbral que separa lo aceptable de lo inadmisible.

A modo de ejemplo, si se quiere para despejar dudas determinar el peso de la satisfacción propia de la que se disfruta, estimamos la cantidad en la medida de pesada que tiene esta y luego analizamos si nos vale el resultado y si lo hace, aunque no pese exactamente “mil gramos virtuales” decimos mi satisfacción pesa un “kilo”. Así los optimistas cuando estiman que solo pesa su personal satisfacción “ochocientos cincuenta gramos virtuales” contentos ya dicen “pesa un kilo”, y los pesimistas si estiman que no pesa por lo menos “mil doscientos gramos virtuales”, e incluso con reservas, nunca lo dicen.

Sabido es que a voluntad no se puede conseguir de forma eficiente que se descontrolen los actos de los demás, pero intencionadamente si se puede hacer que eficazmente se descontrolen sus reacciones. Y si lo hacen a partir de un punto establecido por estimación decimos coloquialmente con mueca canalla que el susceptible manipulado se ha descontrolado un “kilo” y en beneficio de su salud mental con sorna apuntamos que más le valdría no dejar de tomarse por lo menos mil gramos de diazepam.

Tras tenerlo etiquetado como un implacable negacionista en el uso de un lenguaje que estrictamente no fuera el académico riguroso establecido en el diccionario, y calcular que en el mejor de los casos la respuesta sería un simple “mucho”, con un suave hipnotizante rítmico contoneo y sensuales labios rojos semiabiertos se acercó a su lacónico y tradicional compañero de batallas profesionales que tranquilo descansaba sentado, y con ojos sonrientes le preguntó ¿Cuánto me estimas? A lo que el interrogado con gesto muy serio le respondió: Ahora mismo, en este momento que una vez más has interrumpido mis satisfactorios y relajantes pensamientos me temo que no te estimo nada y, con tantas preguntas que continuamente me haces, el día que me vaya y te deje atrás no tengas ninguna duda que llegará inevitablemente la ocasión en que me pararé a pensar y me temo que terminaré por concluir que será imposible que encuentre a otra tan indagadora y curiosa que a mi pesar consiga estimar más del “kilo” que he llegado a estimarte a ti, plúmbea.