En un verano ya consumido, al todavía inquilino de La Moncloa y La Mareta y a su tropa de indocumentados (muchos de ellos claramente turismófobos y ‘atontaos’) les ha resultado fácil presumir de récords precisamente turísticos (en los guarismos fríos y gracias a los extranjeros), pero la realidad contante y sonante ha sido -es- muy diferente: bares y restaurantes poniendo el grito en el cielo porque el ahorro en restauración se ha convertido en una auténtica obsesión; no porque los ciudadanos repentinamente hayan girado en masa a tacaños sino porque han comparecido en los lugares de vacaciones (los escasos días que han podido permitírselo) con los bolsillos vacíos. O casi.
¡Españoles comiendo de supermercado! ¡Y en los días libres y de asueto! Es más que una evidencia de lo que se viene denunciando: el ‘Estado del bienestar’ ha retrocedido para ser sustituido en esta desvencijada España por ‘El Bienestar del Estado’, el de una casta política parasitaria (harto-incompetente) cuyos privilegios no dejan de aumentar mientras se machaca al sufrido ciudadano.
El desastre sería completo si no fuese por los más de 11 millones de visitantes extranjeros que han dejado casi 17.000 millones de euros, según el propio Instituto Nacional de Estadística; o sea, gracias a aquellos que son constantemente vilipendiados (cuando no criminalizados) por un gobierno, miserable en su origen y en su ejercicio, al que le resulta imposible meter bajo la alfombra a quienes (llegando del otro lado de nuestra frontera) estigmatiza como ‘especuladores desalmados’, en el mejor de los casos, cuando se hace alusión a la riqueza que traen y crean no sólo en el sector turístico sino, igualmente, en el inmobiliario o el financiero.
Pero ahí está el panorama que están creando estos aficionados desde su poltrona: españoles que salen de vacaciones habiendo preparado la comida en su casa y propietarios de pequeños comercios que se desangran, denunciando pérdidas que llegan tranquilamente al 30% o al 40%. Presupuestos consumidos por entero en vuelos y alojamiento… que hacen inasumible el coste de un menú medio. ¡Hasta ahí hemos llegado!
¿Está la oposición política, aun desde su constatable debilidad parlamentaria, en condiciones de poner parches para paliar esta tremebunda desgracia que es moneda de sufrimiento diario para las clases medias? ¿O seguirá clamando, en vano y de forma totalmente estéril, por un adelanto electoral? La travesía del desierto, hasta que lleguemos a ese punto, puede dejar demasiados cadáveres entre los nuestros.