Análisis y Opinión

27 de octubre de 1807: el Tratado de Fontainebleau o el precio de la traición

· El 27 de octubre de 1807, en la ciudad francesa de Fontainebleau, se firmó uno de los acuerdos más infames de la historia de España: el Tratado de Fontainebleau

Javier García Isac | Jueves 23 de octubre de 2025
A través de aquel documento, el rey Carlos IV y su valido, Manuel Godoy, abrieron las puertas del país al ejército de Napoleón Bonaparte con la excusa de invadir Portugal, aliado de Inglaterra. Fue la gran traición borbónica, el error que condenó a España a la ocupación francesa y a una guerra devastadora. Aquel tratado, que se presentó como una alianza estratégica, fue en realidad una rendición disfrazada de diplomacia. Francia prometía ayudar a España a repartirse Portugal, pero su verdadero objetivo era otro: invadir, someter y destruir nuestra nación. Las tropas napoleónicas no venían como aliadas, venían como conquistadoras. Y lo hicieron con la complicidad de un rey cobarde, de una corte corrupta y de una dinastía que ya entonces demostraba que no merecía al pueblo español que decía gobernar.


Porque la historia de los Borbones en España es la historia de una decadencia. Carlos IV fue un monarca débil, manejado por su esposa, María Luisa de Parma, y por el ambicioso Godoy, conocido como “el Príncipe de la Paz”, que vendió la soberanía nacional a cambio de halagos, honores y dinero. Y su hijo, Fernando VII, no fue mejor: intrigante, traidor y despótico, traicionó a su padre, a su pueblo y a su patria. Entre ambos convirtieron a España en el tablero de juego de potencias extranjeras. Mientras el pueblo español moría en los campos y ciudades, ellos negociaban con Napoleón y se disputaban el trono como si el país fuera un cortijo familiar.


El Tratado de Fontainebleau permitió la entrada de más de 65.000 soldados franceses por territorio español. En teoría venían a atravesar la península rumbo a Portugal; en la práctica, ocuparon plazas, saquearon pueblos y se asentaron en las principales ciudades españolas. El resultado fue inevitable: la invasión napoleónica, la abdicación de Bayona en 1808 y la Guerra de la Independencia, uno de los episodios más heroicos y sangrientos de nuestra historia.

Pero lo que más duele de aquella historia no es la derrota ni la sangre derramada: es la traición desde dentro. España no fue vencida por Napoleón, fue entregada. Y la entregaron sus propios reyes, los mismos que el pueblo había servido con lealtad y obediencia. Los Borbones no merecieron jamás al pueblo español. Mientras los madrileños se alzaban el 2 de mayo con cuchillos y piedras contra los invasores, Carlos IV y Fernando VII se disputaban el favor del emperador francés. Esa es la herencia de una monarquía que, desde entonces, no ha sabido —ni querido— estar a la altura de su pueblo.


La historia es maestra para quien quiere aprender. El Tratado de Fontainebleau es una lección sobre el peligro de confiar en potencias extranjeras, de delegar la soberanía en manos ajenas y de anteponer los intereses personales a los de la nación. En 1807 fue Napoleón; hoy son Bruselas, la ONU, Marruecos o Catar. España sigue gobernada por dirigentes dispuestos a ceder su independencia a cambio de mantenerse en el poder o asegurarse un sillón internacional.

Hoy, Pedro Sánchez, como ayer Carlos IV, vende soberanía con la misma facilidad con que cambia de discurso. Cede fronteras a Marruecos, entrega competencias a los separatistas, sacrifica la industria nacional en nombre del “pacto verde”, y obedece sin rechistar las órdenes de Bruselas o de las multinacionales energéticas. Y todo, con la misma cobardía con la que Godoy firmó aquel tratado infame, convencido de que la servidumbre podía disfrazarse de inteligencia política.


España vuelve a estar ocupada sin necesidad de ejércitos. Nos invaden las decisiones ajenas, las leyes extranjeras, los intereses globalistas. Nos invaden las olas migratorias que nadie controla, las políticas energéticas que destruyen nuestro campo y nuestra industria, y los pactos internacionales que subordinan nuestra soberanía. Si en 1807 Napoleón entró por la frontera con Francia, hoy entran por nuestras instituciones, con el aplauso de los que deberían defendernos.

Y como entonces, el pueblo español sigue siendo mejor que sus gobernantes. Aquel pueblo que se levantó contra los franceses es el mismo que hoy sufre el expolio de su país, la traición de sus políticos y la indiferencia de su monarquía. Porque no nos engañemos: la actual Casa de Borbón no es heredera de Isabel y Fernando, sino de Carlos IV y Fernando VII. Unos reyes que solo se acordaron de España cuando la necesitaban, pero nunca cuando había que defenderla.

El 27 de octubre de 1807 marcó el inicio de la tragedia nacional. Pero también, la prueba del valor de un pueblo que, cuando fue abandonado por sus reyes, supo levantarse solo y expulsar al invasor. Esa es la verdadera España: la que resiste, la que no se vende, la que no se rinde.

Hoy, 218 años después, la historia se repite con otros nombres y con otros invasores, pero con la misma esencia: la traición de las élites y la dignidad del pueblo. Carlos IV tuvo su Godoy; Sánchez tiene los suyos. Los Borbones de entonces entregaron el país a Napoleón; los de hoy callan ante la entrega a Bruselas y a Marruecos. Pero una vez más, España sobrevivirá a todos ellos.