Análisis y Opinión

23 de octubre de 1940: Hendaya, cuando Franco salvó a España

· El 23 de octubre de 1940, en la estación ferroviaria de Hendaya, tuvo lugar una de las reuniones diplomáticas más decisivas de la historia contemporánea de España

Javier García Isac | Domingo 26 de octubre de 2025
Aquel encuentro entre Francisco Franco y Adolf Hitler ha sido objeto de toneladas de falsedades, mitos interesados y propaganda. Pero lo cierto es que aquel día, Franco no solo mantuvo la dignidad de España ante el poder militar más temido del momento: evitó que nuestro país fuera arrastrado a la Segunda Guerra Mundial. Mientras Europa ardía, mientras Francia había sido invadida y los ejércitos nazis parecían invencibles, Franco jugó la partida más arriesgada de su vida con la inteligencia de un estadista y el coraje de un patriota. No se trataba de simpatías ideológicas, sino de estrategia, cálculo y soberanía. España acababa de salir de una guerra civil devastadora, con su economía arruinada, su población exhausta y su infraestructura destruida. En esas condiciones, solo un loco —o un traidor— habría metido al país en otra guerra. Y Franco no era ni una cosa ni la otra.

En Hendaya, Hitler pretendía arrastrar a España a la contienda. Quería que Franco le permitiera atravesar el territorio español para invadir Gibraltar y cerrar el Mediterráneo. A cambio, ofrecía territorios coloniales en África, promesas vagas y la ilusión de una victoria compartida. Pero Franco sabía perfectamente que aquello era un suicidio. Sabía que España no podía sostener otra guerra, y sabía también que el equilibrio mundial cambiaría tarde o temprano.

Franco pidió lo imposible: armas, petróleo, trigo, y la cesión de Marruecos y Argelia. Lo hizo a sabiendas de que Alemania no podía concedérselo. Fue su forma elegante de decir “no” sin decirlo abiertamente. Y lo logró: España no entró en la guerra, mantuvo su soberanía y conservó su independencia. Hitler, irritado, confesó después que prefería que le sacaran tres o cuatro muelas antes que volver a hablar con Franco. Una frase que retrata al Caudillo mejor que cualquier panegírico: un hombre que supo enfrentarse al que por aquel entonces era el hombre más poderoso de Europa y salir ileso.

Sin embargo, los historiadores de despacho, los revisionistas de tertulia y los “expertos” de manual financiados por el Estado, han repetido una y otra vez la mentira: que España no entró en la guerra porque Alemania no quiso. Una afirmación tan absurda que insulta la inteligencia de cualquiera que conozca los hechos. Si Franco fue “tonto”, como repiten los pseudointelectuales, entonces habría que concluir que ese “tonto” les ganó una guerra a los “listos”, reconstruyó un país destrozado y gobernó durante cuarenta años con estabilidad, crecimiento y paz. Difícil tarea para un ignorante.

Franco no fue un improvisado, fue un pragmático en política internacional. Supo navegar entre gigantes sin vender a España. Mantuvo relaciones diplomáticas con todos, se acercó a unos sin romper con otros, y siempre colocó los intereses nacionales por encima de los personales o ideológicos. Esa es la gran diferencia entre la diplomacia de Franco y la sumisión de los gobiernos actuales. Franco defendía la soberanía; los de hoy la subastan.

En plena Segunda Guerra Mundial, cuando la península era codiciada por unos y vigilada por otros, Franco logró que España sobreviviera neutral y soberana. Mientras Europa se destruía, España se reconstruía. Mientras otros países perdían su independencia, España reforzaba la suya. Y al finalizar la guerra, el mundo tuvo que reconocer que aquel régimen, aislado pero firme, había resistido sin arrodillarse ante nadie.

Hoy, más de ochenta años después, la situación es la inversa. Los que presumen de “demócratas europeos” se arrodillan a diario ante Bruselas, la OTAN o la ONU, obedecen sin rechistar las imposiciones de la Agenda 2030, renuncian a sus fronteras, destruyen su energía, entregan el control económico a intereses globales y traicionan a su propio pueblo en nombre del “progreso”. España ya no decide, ejecuta órdenes.

Franco, con todos sus defectos, decidía por y para España. Hoy nos gobiernan políticos que no decidirían ni el menú del Consejo de Ministros sin consultar antes a la Comisión Europea o al Elíseo. Franco se negó a entregar Gibraltar, defendió el Sáhara como territorio español y sostuvo una política exterior que miraba a Hispanoamérica, África y el mundo árabe con independencia y visión. Su diplomacia fue discreta, pero eficaz. Logró que, incluso tras la guerra mundial y el aislamiento, España no fuera invadida ni destruida.

El 23 de octubre de 1940, en Hendaya, Franco no solo desafió a Hitler: defendió la soberanía de España. En aquel vagón de tren, un general gallego recién salido de una guerra civil, sin ejército moderno ni recursos, le dijo “no” al hombre más poderoso de Europa. Ese “no” salvó millones de vidas y aseguró la continuidad de nuestra nación.

Y sin embargo, hoy, ochenta años después, tenemos gobiernos que dicen “sí” a todo: a Marruecos, a Bruselas, al separatismo, al globalismo, a cualquier agenda que diluya la identidad nacional. Nos han vendido la mentira de que la independencia es peligrosa, cuando lo único peligroso es la sumisión.

Hendaya fue un ejemplo de firmeza y dignidad. Hoy vivimos tiempos de servilismo y cobardía. España necesita volver a tener líderes que, como Franco, digan no cuando toca, piensen en España primero y no teman defender la soberanía nacional.

Porque aquel día de 1940, en una pequeña estación fronteriza, un hombre solo mantuvo en pie a toda una nación. Y ochenta años después, su ejemplo sigue siendo una lección que los traidores de hoy no entenderán jamás.