Análisis y Opinión

Christian Pikulak, un sueño en España arruinado por criminales magrebíes

Una historia de horror y amor roto: Christian fue arrastrado por un coche tras ofrecer ayuda a unos desconocidos que fingieron necesitar indicaciones.

CARTA DEL PRESIDENTE

· Por Alfonso Merlos, Presidente del Grupo "El Mundo Financiero"

Alfonso Merlos | Domingo 23 de noviembre de 2025
Quienes conocen Torrevieja, en Alicante, saben que ha sido una ciudad tremendamente acogedora con la inmigración desde hace cuarenta años. Ciudadanos que han llegado de todas las partes de Europa, especialmente central y oriental, y de las ex repúblicas soviéticas buscando el sol, la playa, la gastronomía… y no jubilarse sino hacer negocio, levantar empresas, crear riqueza y contribuir a la economía española. Pero hace ya más de media década que los parámetros de esa inmigración próspera y ordenada cambiaron, empeoraron, se corrompieron y, en cierto modo, arruinaron una paz y una tranquilidad que son la base de cualquier civilización que se precie. Y no hay mayor muestra que lo acaecido, sin grandes sobresaltos en los grandes titulares (por aquello de la vomitiva corrección política), que la secuencia en la que el robo de tres malhechores magrebíes, despojos entregados a la criminalidad, terminaba con la vida de uno de esos inmigrantes honrados y con sueños aquí con nosotros, el sueco Christian Pikulak.

Esos desechos, como tantos otros que han recalado en nuestro país, ya están imputados como autores materiales del homicidio de este joven de treinta años que fue asaltado mientras caminaba con su novia. Era, en una palabra tremendamente manida en los tiempos que corren, un emprendedor. Había montado una popular hamburguesería en el corazón de Torrevieja, era -así lo atestiguan sus conocidos- un tipo servicial, y así, sacando estos criminales magrebíes partido de su carácter, terminó su vida.

Cogió su i-phone para ayudarles e indicarles el camino de regreso a La Zenia -una playa cercana-, los asaltantes lo agarraron del brazo, lo arrastraron más de treinta metros por la calzada con el coche acelerando a toda velocidad hasta que se estrelló contra unos contenedores de basura, con la víctima aferrada desesperadamente al lateral del automóvil en un intento por recuperar su teléfono y su pareja observando impotente y aterrorizada los hechos, antes de entrar en shock.

Es dramático, es injusto, es desolador. Que ciudadanos honrados y que aportan a la vida y a España en todos los sentidos sean las primeras víctimas de la escoria que con los brazos abiertos estamos importando es la mayor manifestación del fracaso de una sociedad camino del suicidio por padecer y -hasta hoy- respaldar a unos políticos descerebrados que aún no han dicho basta. Cobardes que ni quieren ni saben poner pie en pared.

Con episodios como el del joven sueco Christian Pikulak, ¿alguien en su sano juicio todavía puede poner en cuestión que, por primera vez en la historia de España, la inmigración se va a convertir en un factor absolutamente decisivo para la movilización del voto en las próximas elecciones locales, autonómicas y generales? ¿Cuántos crímenes abominables más, como el de Torrevieja, harán falta para que algunos mentecatos, lo quieran o no lo quieran, se pongan patas arriba o patas abajo, lo asuman?