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Ignacio Sánchez Mejías y la Generación del 27

Reunión fundacional de la Generación del 27 en el Ateneo de Sevilla.

· Por J. Nicolás Ferrando, director de Artelibro Editorial

Domingo 23 de noviembre de 2025
No se puede, aunque se pretenda, reescribir la historia y mucho menos manipularla a conveniencia. Resulta intolerable y carente del mínimo rigor que el Ministerio de Cultura excluya a Ignacio Sánchez Mejías de los actos del centenario de la Generación del 27 por el mero hecho de haber sido torero. La historia cultural de España no puede comprenderse si se omite deliberadamente a quienes desempeñaron un papel decisivo en la gestación de algunos de los movimientos literarios más fecundos del siglo XX.

Quizá el ministro Ernest Urtasun desconozca que Ignacio Sánchez Mejías, además de ser un gran profesional de la tauromaquia —actividad cultural protegida por la legislación vigente—, fue uno de los más importantes mecenas, impulsores y articuladores de aquel decisivo movimiento literario que hoy conocemos como Generación del 27. Su figura, compleja y poliédrica, trasciende con mucho los límites de la plaza. Sin su apoyo material y moral, poetas y escritores como Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Luis Cernuda o Rafael Alberti no habrían podido publicar buena parte de sus poemarios ni circular con la libertad intelectual que les permitió convertirse en referentes de la literatura universal.

Me atrevería a afirmar que sin su intermediación no hubiera sido posible aquel mítico encuentro que dio cohesión y proyección pública a esta generación. Fue Sánchez Mejías quien organizó la reunión en el Ateneo de Sevilla, en diciembre de 1927, con motivo del tercer centenario de la muerte de Luis de Góngora. Aquel acto, que con el tiempo se convertiría en un símbolo fundacional, fue posible gracias a que el torero asumió personalmente los gastos de viaje de varios de los poetas y financió la estancia de todos ellos durante los dos días que duró el encuentro. Su finca de Pino Montano —espacio de libertad, tertulias y creación— se convirtió en un refugio para los jóvenes escritores, que allí consolidaron amistades, discusiones estéticas y afinidades intelectuales decisivas para su evolución literaria.

Pero Ignacio Sánchez Mejías fue mucho más que un torero generoso o un anfitrión espléndido. Fue también presidente del Betis, actor ocasional y productor teatral, además de un escritor que, aunque modesto en producción, dejó textos valiosos que reflejan su sensibilidad moderna y su curiosidad intelectual. Sin embargo, su contribución más profunda a la cultura española reside en su impulso editorial. Comprendió como pocos que los libros no verían la luz sin editoriales valientes y sin personas dispuestas a arriesgar su patrimonio para que la cultura fuese accesible a todo el mundo.

Es mi oficio, y quizá por ello siento la obligación moral de defenderlo ante quienes no saben lo que significa emprender culturalmente, arriesgar recursos propios y apostar por la literatura sin garantías de éxito. Resulta obsceno y profundamente partidista que quienes viven cómodamente del erario público pretendan dictar qué voces del pasado merecen celebrarse y cuáles deben ser silenciadas por prejuicios ideológicos, olvidando que la cultura —la verdadera cultura— nace del riesgo, del talento y de la generosidad, nunca de la censura.

La muerte de Sánchez Mejías en los ruedos, en agosto de 1934, supuso una conmoción entre aficionados, intelectuales y amigos. Federico García Lorca, desgarrado por la pérdida, convirtió su dolor en una de las cumbres indiscutibles de la poesía elegíaca en lengua española: el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Publicado un año después por José Bergamín en la editorial Cruz y Raya e ilustrado por José Caballero, aquel libro no solo inmortalizó al torero-mecenas, sino que reforzó su papel como figura vertebral de la cultura española contemporánea.

Borrar o minimizar su legado es un acto de injusticia histórica que empobrece nuestra comprensión del 27 y de la España que alumbró a algunos de los mejores poetas del siglo pasado. La memoria cultural exige rigor, amplitud de miras y respeto por quienes hicieron posible que la literatura sea hoy un patrimonio colectivo que trasciende ideologías y fronteras. Y en esa memoria, Sánchez Mejías ocupa un lugar que nadie tiene derecho a discutir.