La variedad es uno de los factores que impulsa este crecimiento. En el país se comercializan cereales tradicionales como trigo, cebada, avena, maíz y arroz, junto con cultivos que han ganado terreno en los últimos años, como quinoa, mijo o espelta. Estos productos se destinan a la panadería, la industria alimentaria, la producción de bebidas vegetales y la elaboración de alimentos especializados. Las variedades, como chía, lino, sésamo, girasol o calabaza, se integran en líneas de productos saludables, panificados y mezclas listas para el consumo.
La demanda de semillas ecológicas y certificadas aumentó en los últimos años. Cada vez más consumidores buscan garantías sobre el origen y las prácticas de cultivo. Las certificaciones europeas y nacionales cumplen un rol fundamental, ya que aseguran que el producto fue obtenido bajo criterios que respetan el entorno y evitan el uso de insumos que puedan afectar su calidad. Se utilizan tanto para consumo directo como para cultivo, especialmente en proyectos agrícolas que buscan mantener estándares sostenibles.
Los productores señalan que este tipo de cultivo permite acceder a mercados más exigentes, tanto dentro como fuera del país. La exportación de estos productos se dirige a mercados europeos donde la regulación es estricta y la demanda continúa creciendo. Esto impulsa a agricultores y empresas a invertir en certificaciones y procesos que garanticen trazabilidad completa, desde la siembra hasta la distribución.
Las exportaciones agroalimentarias del primer cuatrimestre del año, registraron un valor de 26.884 millones de euros, un 5,63 % más que el año anterior. Este avance se acompaña de un aumento del 5,97 % en el volumen enviado al exterior, que alcanzó las 13.107 miles de toneladas. Estas cifras reflejan un movimiento sostenido del sector y una mayor presencia de productos españoles en mercados internacionales.
En cuanto a la importación, España depende de proveedores internacionales para abastecer ciertos segmentos del mercado, especialmente los relacionados con aquellas que no se producen de forma masiva en territorio nacional. Países de América Latina y Europa del Este son los principales exportadores hacia España, aportando productos que luego se procesan o envasan localmente. Esta dinámica favorece una oferta diversa a precios competitivos.
El consumo interno también refleja cambios en los hábitos alimentarios. Cada vez más personas integran estos productos en su dieta diaria, lo que ha influido en la expansión de supermercados, tiendas especializadas y plataformas online que ofrecen variedades nacionales e importadas. La industria alimentaria, por su parte, los incorpora en panes, galletas, barritas energéticas, bebidas y preparaciones listas para consumir.
El sector agrícola español también participa activamente en este crecimiento. Regiones como Castilla y León, Aragón, Andalucía y Cataluña cuentan con superficies dedicadas al cultivo de cereales tradicionales y variedades alternativas. En este sentido, desde Secebalsa, afirman: “La adopción de prácticas sostenibles y el uso de semillas certificadas fortalecen la competitividad del país en mercados que valoran la innovación agrícola y la calidad del producto final”.
La expansión del mercado demuestra un interés creciente por alimentos que combinan funcionalidad y origen fiable. La diversificación de variedades, la profesionalización del sector y la integración de prácticas sostenibles favorecen una oferta más amplia y accesible. Este escenario abre oportunidades para productores, empresas y consumidores, y contribuye a que el país avance hacia un modelo alimentario más consciente y ajustado a las necesidades actuales.