Sociedad

Europa ante su punto ciego estratégico: por qué un sistema común de inteligencia es ya inaplazable

· Por Claudio Payá, Doctor en Ciencias Humanas, Sociales y Jurídicas

Sábado 06 de diciembre de 2025

Desde los atentados del 11M y 13N hasta la invasión rusa de Ucrania, la Unión Europea ha aprendido una lección tan evidente como incómoda: comprender las amenazas no implica necesariamente anticiparlas. Durante dos décadas, Europa ha reaccionado más rápido, pero no necesariamente mejor. Y en el terreno de la inteligencia —el espacio donde se decide si una crisis se prevé o sorprende— la fragmentación sigue siendo su mayor vulnerabilidad. El debate sobre la creación de un sistema europeo de inteligencia ha resurgido cada vez que la UE se ha visto forzada a actuar bajo presión: tras los ataques terroristas en París y Bruselas, durante la crisis migratoria de 2015, después de los ciberataques masivos contra instituciones estatales o, más recientemente, ante la volatilidad geopolítica generada por la guerra en su frontera oriental. Sin embargo, lo que estas crisis comparten no es solo su gravedad, sino la evidencia de que la información existía, pero no circuló con la fluidez ni la rapidez necesarias.



Este artículo sostiene que la UE necesita avanzar hacia un sistema común de inteligencia no por vocación federalista ni por ambición tecnocrática, sino por una razón más simple y pragmática: el riesgo europeo se ha vuelto transnacional, mientras que la inteligencia sigue siendo mayoritariamente nacional.

Un ecosistema de amenazas que ha cambiado más rápido que las instituciones

Europa se enfrenta hoy a un panorama estratégico que ya no se define únicamente por el terrorismo o la delincuencia organizada. Los ciberataques atribuidos a actores estatales, la competencia por tecnologías críticas, la injerencia electoral, la exposición energética y la guerra híbrida han ampliado el espectro de riesgos y han desplazado el foco desde la seguridad interior hacia una zona gris que conecta lo tecnológico, lo económico y lo militar.

Este cambio estructural explica por qué las herramientas clásicas de cooperación —como Europol, el INTCEN o el mecanismo de intercambio de información Schengen— resultan insuficientes. Ninguna de ellas posee un mandato lo bastante amplio para coordinar análisis estratégicos profundos, señalar patrones geopolíticos emergentes o integrar capacidades técnicas como el SIGINT o la inteligencia espacial.

El contraste con otros actores globales es evidente. Estados Unidos opera desde hace décadas con una comunidad de inteligencia integrada que combina agencias civiles y militares bajo un sistema de supervisión y coordinación. China y Rusia, con modelos muy distintos, también articulan ecosistemas centralizados capaces de conectar operaciones cibernéticas, propaganda, inteligencia militar y análisis estratégico. La UE, por el contrario, continúa operando con 27 sistemas, cada uno con sus lógicas, prioridades y límites legales.

El desafío de la gobernanza: coordinar sin centralizar

Cualquier propuesta de sistema europeo de inteligencia tropieza con la misma pregunta: ¿es posible coordinar sin invadir competencias nacionales? La historia reciente demuestra que sí, siempre que la cooperación se conciba como un mecanismo de apoyo y no de sustitución.

Ejemplos existen. La creación del Banco Central Europeo no eliminó los bancos centrales nacionales; la Agencia Europea de Medicamentos no sustituyó los sistemas sanitarios; Frontex no anuló los controles fronterizos nacionales. En todos estos casos, el éxito dependió de un diseño institucional claro, basado en mandatos delimitados y en mecanismos de rendición de cuentas.

En el ámbito de la inteligencia, el enfoque debería seguir una lógica clara y equilibrada. No se trata de realizar labores de espionaje operativo, sino de generar una producción analítica común que permita comprender mejor el entorno. Tampoco hablamos de intercambios improvisados o voluntarios, sino de un sistema de cooperación estructurado, con reglas claras. Y, por último, es fundamental contar con estándares compartidos que faciliten el trabajo conjunto, sin caer en una homogeneización forzada que elimine las particularidades y fortalezas de cada actor.

La gobernanza europea necesita, además, integrar una dimensión ética y jurídica particularmente robusta. Los casos Snowden, Pegasus o las controversias en torno a la vigilancia masiva han demostrado que la confianza pública puede erosionarse con rapidez. Una arquitectura europea requeriría un sistema de control democrático que combine supervisión parlamentaria, auditorías técnicas y transparencia institucional razonable.

Tecnología y soberanía: el talón de Aquiles europeo

La inteligencia del siglo XXI depende de factores que van más allá del análisis humano: satélites de observación, capacidades de interceptación, algoritmos de detección, supercomputación, ciberseguridad avanzada y acceso seguro a datos.

En todos estos ámbitos, Europa arrastra dependencias críticas que limitan su margen de acción.

La pandemia evidenció la vulnerabilidad industrial; la guerra de Ucrania, la dependencia energética; y la rivalidad tecnológica entre Estados Unidos y China, la necesidad de contar con capacidades propias para proteger infraestructuras digitales, redes 5G o sistemas espaciales. La inteligencia no es ajena a esta tensión. Sin soberanía tecnológica —o, al menos, sin una reducción inteligentemente gestionada de las dependencias— ningún sistema común podrá consolidarse.

Cooperación internacional: necesaria, pero no suficiente

La UE seguirá necesitando cooperación con aliados como Estados Unidos o la OTAN. El intercambio de inteligencia atlántico ha sido decisivo durante la guerra de Ucrania y en la prevención de ataques terroristas. Sin embargo, depender estructuralmente de fuentes externas limita la autonomía europea para anticipar riesgos emergentes o gestionar crisis próximas a su territorio.

Esto no implica sustituir alianzas, sino equilibrarlas. Un sistema europeo de inteligencia debería ser capaz de generar análisis propios, contrastar información procedente de terceros y reforzar la resiliencia interna sin excluir la cooperación transatlántica.

Una implementación progresiva para un reto sistémico

La puesta en marcha de un sistema europeo de inteligencia debe entenderse como un proceso progresivo, adecuado a la magnitud del reto sistémico que representa. No puede construirse de manera instantánea ni con ambiciones maximalistas, sino mediante una evolución gradual apoyada en proyectos piloto y capacidades modulares.

Europa cuenta ya con bases sólidas en áreas como la observación espacial y la alerta temprana, donde dispone de activos significativos. A esto se suma la necesidad de una ciberseguridad avanzada, articulada a través de la coordinación entre los CERT nacionales y de estrategias comunes de defensa digital. Del mismo modo, el análisis de datos y la prospectiva estratégica deben integrar información procedente de ámbitos comerciales, científicos, tecnológicos y de seguridad para ofrecer una visión más completa.

En definitiva, el objetivo no es concentrar todo en una gran estructura centralizada, sino asegurar una verdadera interoperabilidad entre los distintos actores.

Conclusión: inteligencia europea para comprender un mundo acelerado

La UE se encuentra en un punto de inflexión histórico. El ecosistema de amenazas se ha globalizado, la vulnerabilidad tecnológica crece y la velocidad del riesgo supera la capacidad institucional de respuesta. En este contexto, un sistema europeo de inteligencia no debe interpretarse como un salto político, sino como una adaptación pragmática al entorno estratégico. Europa no necesita un leviatán de seguridad ni una super agencia centralizada. Necesita un sistema capaz de comprender el riesgo con la misma escala con la que el riesgo se manifiesta.