Debo admitir que comprendí perfectamente las protestas que desembocaron en la cancelación de la última Vuelta Ciclista a España el pasado septiembre. En aquel momento se estaba perpetrando un genocidio contra la población civil palestina, un hecho inaceptable y contrario a los principios fundacionales del derecho internacional, además de una violación flagrante del derecho internacional humanitario.
No obstante, la situación actual es distinta. Existe un plan de paz firmado —que podrá gustarnos más o menos— pero que fue refrendado por todos los actores implicados, incluida España. El presidente Pedro Sánchez acudió a la escenificación de la firma junto a Donald Trump, respaldando con su presencia el acuerdo. No resulta comprensible que, en este nuevo escenario, se adopte una decisión tan drástica, que además puede reabrir disputas y heridas innecesariamente.
Apostar por la paz no significa mirar hacia otro lado ni avalar la reprobable gestión de Benjamín Netanyahu, quien debería asumir responsabilidades políticas. Pero sí invita a confiar, al menos provisionalmente, en que los acuerdos alcanzados puedan abrir una etapa distinta a la vivida, en la que israelíes y palestinos convivan, de una vez por todas, en dos Estados sostenidos por la armonía y el reconocimiento mutuo.
Conociendo el perfil político del presidente Pedro Sánchez y observando la actual parrilla de RTVE —donde destacan periodistas claramente identificados con el Gobierno, como Silvia Intxaurrondo, Jesús Cintora o Xabier Fortes— uno no puede evitar pensar que la decisión de no acudir a Eurovisión responde a motivaciones más mundanas y menos confesables.
La principal es que el conflicto palestino moviliza de manera inmediata y masiva a la izquierda, hoy profundamente desalentada por los casos de corrupción, los escándalos internos y la crisis de identidad que afectan tanto al socialismo como al debilitado espacio de Sumar, sin olvidar la figura cada vez más ensombrecida de Íñigo Errejón. Sánchez ha demostrado ser un verdadero maestro en la creación de señuelos que desvían la atención de los problemas que le afectan: desempolva a Franco cuando la situación se complica, entra en el cuerpo a cuerpo con Javier Milei cuando conviene exhibir firmeza y, llegado el caso, recurre al conflicto de Israel como uno de sus recursos retóricos predilectos.
¿Se va a retirar España de todas las competiciones deportivas donde participe Israel? Parece ser que no. ¿Influye en algo que no participemos en Eurovisión para la resolución del conflicto en Oriente Medio? Tampoco. Esta decisión huele, más bien, a postureo de un gobierno en horas bajas.
Sinceramente, y en aras de que la cultura no pague el pato una vez más, hubiera preferido que el Gobierno y la cadena pública hubiesen dado la batalla cultural desde dentro: una actuación con un mensaje claro en favor de la paz, un gesto artístico contundente, incluso una denuncia explícita del sistema de televoto, tan cuestionado en las últimas ediciones. Pero impedir que España esté presente en Eurovisión 2026 es, sencillamente, lo último.
La cultura siempre pierde.