El éxito de Podemos es tan misterioso e inexplicable como su propio líder Pablo Iglesias.
EN TORNO AL ÉXITO SOCIOLÓGICO DE PODEMOS
Por Abél Cádiz
Abél Cádiz | Sábado 01 de noviembre de 2014
Ha contado Joaquín Leguina más de una vez, con agudo sentido critico acompañado de ironía, que si un joven licenciado universitario deseoso de encauzar una vocación política naciente se presentaba en la sede de una Agrupación del PSOE, en los tiempos gloriosos, para mostrar interés en afiliarse, lo más probable es que quienes allí estuvieran escuchando tal petición habrían cruzado una mirada cómplice, mientras se preguntaban con un leve murmullo ¿Qué querrá este?
Situémonos en aquel periodo de nuestra democracia para destacar alguna de las circunstancias que nos han traído hasta aquí. Realizada la reforma por políticos del franquismo que frisaban la cuarentena, quienes habían estado moviéndose en la critica al sistema asumieron el protagonismo que aseguraría, tras un periodo en que habrían de curtirse haciendo oposición democrática, alcanzar el poder en España. Y así fue como llegó al poder Felipe González con un equipo reducido en el que destacó Alfonso Guerra como diseñador de la estructura que paulatinamente sería cada vez más cerrada, en sus territorios de control, hasta llegar al cuadro de afiliación del presente donde hay provincias en las que el numero de afiliados esta lejos de alcanzar el 1% de la población. Y como en la canción de Sabina, pongamos que hablo de Madrid.
En realidad el fenómeno del secuestro de la política por los partidos no es nuevo. Múltiples analistas vienen detectando esta conducta como algo inherente al juego del poder. Incluso le pusieron un nombre contundente y gráfico: Ley de Hierro de los partidos políticos. Lo invento hace más de un siglo el sociólogo alemán Michels y dejó escrito que los líderes políticos se apoyan en la masa para alcanzar sus objetivos de poder, pero luego se muestran renuentes a compartirlo y tienden a controlar el “aparato” organizativo. A ese comportamiento que se repite siempre se le une un hecho sociológico, cual es el escaso interés de la gente por actuar en política, lo que facilita que el poder esté en manos de una minoría.
Partiendo, pues, de esta realidad un fenómeno tan llamativo como el de PODEMOS seguramente no existiría si lo que cuenta el relato del principio no se hubiera producido. Los Iglesias, Monedero, Errejón, etc., seguramente constituirían hoy el equipo natural de relevo para la generación que, desde la izquierda, contribuyó al régimen de la transición. Al blindarse los partidos por sus cuadros dirigentes para asegurarse el control y la competencia de rivales internos, la alternancia aseguraba la espera cómoda en el relevo del poder nacional, autonómico o local, pero en todo caso las nóminas internas en esos periodos cuatrienales también había que protegerlas. Hasta hace un quinquenio esta situación estaba blindada pero al agudizarse la crisis que, también hay que decirlo, tiene su origen en dos hechos relativamente modernos: el hundimiento de los sistemas comunistas que han dejado un escenario de mano de obra barata para la industria transnacional y la globalización, que ha hecho permeables las fronteras al trafico de mercancías manufacturadas de bajo costo sin limitación alguna.
Y en esas estamos, cuando a la pesada crisis se une un mapa salpicado de corrupciones y corruptelas de todo orden, ni siquiera atenuado por la estadística de que los más no han caído en ella, pero es que también se percibe una inmoralidad más sutil de la que no es consciente el partido que hace las listas y los nombramientos, y es la ineficacia de tantos cargos en la gestión. Siempre me ha sorprendido que en el mundo de la empresa privada haya quien rechaza una promoción por no sentirse preparado para ejercer el cargo que le ofrecen y en política, por el contrario, se alcanzan alcaldías por auténticos analfabetos funcionales y cualquier militante no rechazaría una Dirección General sin plantearse si se corresponde con sus conocimientos o experiencia.
Este breve cuadro que acabo de describir nos explica el por qué de PODEMOS y, también, lo interesante de esta operación para la “conquista del poder”, convertida en conquista del cielo por su líder Pablo Iglesias, quien con esta bella metáfora hace más romántico un objetivo tan deseado por él y los suyos, como por los partidos rivales. Que un reducido equipo de profesores de Ciencias Políticas hayan diseñado esta irrupción con tanto éxito en el mapa político español poniendo a la defensiva a todos los instalados en él, que asumen la catalogación peyorativa de “casta” sin levantar siempre el dedo para decir que si están ahí es por el voto del censo electoral español (cuarenta millones) con la excepción de quienes se abstienen, aparte del millón y pico de los que han votado a los líderes de Podemos, duros estigmatizadores de los otros políticos votados, esto es, “la casta” pero sin que por ahora el estigma llegue a sus votantes. Esta sumisión por todos al adjetivo insultante sin rechistar airados, se debe tal vez a que nuestros políticos saben íntimamente que no reciben el voto por sí mismos, sino que va destinado a la sigla que les ampara.
La atracción de Podemos va más lejos de una intención de voto. No deja de ser llamativo que un día sea El País en “La Cuarta Página” quien publica un articulo de Monedero en el que llega a encontrar paralelismo entre el régimen del 78 con el periodo de Oligarquía y caciquismo que en 1901 denunciaba Joaquín Costa. Ni que un día después, el Mundo dedique su página de opinión a un similar artículo de Iñigo Errejón, en el que descubre ya la oportunidad de articular transversalmente una mayoría para el cambio. Viendo luego la declaración de Pablo Iglesias hablando de centralidad, y reclamando todo el poder para el jefe (Y si no haré lo que hizo Felipe –le ha faltado decir-) parece evidente que la operación diseñada entrará en otra fase.
Observemos con interés y sin miedo el espectáculo, porque es evidente que ha supuesto una catarsis para todos los partidos instalados en el sistema y, mirándolo sin filtros ideológicos ni miedos prematuros, la verdad es que se lo tenían merecido.