Fernando Maura es Diputado en el Congreso.
EL VALOR DE UNA INVESTIDURA
· Por Fernando Maura Barandiarán, Diputado en el Congreso
Fernando Maura | Sábado 05 de marzo de 2016
Y el primer debate de la legislatura finalmente se produjo. El de investidura. Y con él los inevitables artilugios teatrales que lleva consigo la política parlamentaria, que no deja de tener su parte de representación. O de festival de la canción, porque no de otro modo habría que entender la repetida frase del candidato Sánchez: "a partir de la semana que viene es posible". ¿No le recuerda al lector esa expresión a la canción de Alberto Cortez, "A partir de mañana"? Un a modo de antes y después en que se convertiría esta undécima legislatura si Pedro Sánchez resultara investido Presidente del Gobierno. Antes era Rajoy y con él estaban todos los males; después el tiempo nuevo, atado por el pacto PSOE-C's, que se espera mejor, reformista y progresista, a decir del candidato.
Pedro Sánchez planteó lo que traía al Congreso: un acuerdo, desde luego, pero sobre todo el valor de quienes se remangan la camisa y se ponen a trabajar.
Y el acuerdo podrá resultar o no criticable, como lo son todos los productos humanos. Pero tiene el valor del acuerdo, un pacto entre dos partidos nacionales para la investidura del máximo responsable de uno de ellos, después de una larga relación de debates en los que los pactos entre PP y PSOE con partidos nacionalistas había sido la norma; y la excepción, las mayorías absolutas.
En cuanto al valor, esa es moneda rara en la actual política española. Sobre todo si tenemos en cuenta al diputado que no quiso aceptar la investidura. No le faltaría razón a Albert Rivera cuando, en positivo, pedía eso, valor y liderazgo al Presidente en funciones.
Porque el de Rajoy pudo resultar un discurso bien escrito y leído, pero no pasó de ser un despropósito. Como el personaje de Lewis Carroll, el Presidente en funciones pretendió cruzar a través del espejo para intentar vivir un relato de fantasía y desastres si el acuerdo debatido se pudiera llevar a efecto. Pero, en lugar de eso, el espejo reprodujo su propia imagen, la del perro del hortelano -como él mismo reprocharía al candidato-. Y cualquiera podía asombrarse ante la imagen. ¿Podía acusar Rajoy a Pedro Sánchez, de no hacer y a la vez impedir hacer? Pues eso hizo, sin que le temblará la voz ni equivocara conceptos y términos como le ocurre en ocasiones.
Y así, el presidente en funciones se convertía en el peor de los "rajoys" que hasta ahora hemos conocido, en el hombre que podía haber recibido el encargo real que rechazó, que pudo recabar los apoyos de la cámara y presentarse al Congreso con un programa de gobierno con algún apoyo adicional al que sus propios escaños le otorgan.
En lugar de eso prefirió la cobardia y la pereza. Las dos características que pasarán a la historia de su definitiva contribución a la historia de nuestro país.
Cobardia, porque este es un país en el que la fiesta nacional no es por casualidad la de los toros, aunque no falten quienes pretenden su prohibición. Y al público no le gustan los toreros que, cuando advierten alguna mala cualidad en el animal, prefieren que se les aplique desusadas dosis de castigo, les dan dos pases y matan por el llamado "rinconcito de Ordoñez", cuando no se aplican a su descabello... Entonces la plaza responde con pitos y abucheos. No, al público -al pueblo- le gustan los toreros que se arriman, que lo intentan, que brindan la faena que pueden. .. Y la plaza estalla en esas ocasiones en una salva de aplausos.
Cobarde y perezoso, que este último es el envés de la misma moneda. Es mejor heredar el poder que trabajar por él. Más fácil sestear que arremangarse y dialogar, negociar, trabajar, en suma.
Un debate que ha traído de todo. Imágenes y palabras que seguirán asomando en nuestras retinas y resonando en nuestros oídos durante algún tiempo. Un debate en el que la nueva y la viejo política aún no han asomado entre nosotros. Porque si es nueva la política del mitin descalificador del dirigente de Podemos y su puño en alto, nada hay de nuevo en ese mix de chavismo y leninismo que anuncia más pobreza y menos libertades, envueltas ambas en un discurso populista de mayorías que -si llegaran a serlo- negarían su derecho a la existencia a las minorías, convirtiendo a la democracia en un fenómeno asambleario de reuniones hábilmente controladas por quienes saben de ganar en ese tipo de cónclaves universitarios.
Es preferible, por ahora, hablar de buena y mala política . Mala, la que mira a los intereses de las personas o los partidos; buena, la que pretender servir los intereses de los ciudadanos y de España.
¿O es que la buena política es en realidad la nueva política?