En lo que respecta a la fiabilidad de los cartuchos originales, esta es mucho mayor que en los casos restantes. Estudios realizados acerca de este aspecto, han revelado que más del cuarenta por ciento de los cartuchos de otras marcas fallan.
En un 14 por ciento de los casos se debe a que vienen defectuosos ya de fábrica, mientras que en el 27 por ciento de los casos, simplemente, dejaron de funcionar antes del tiempo debido. Ninguno de los cartuchos originales falló a la hora de realizar este análisis.
Por otro lado, los cartuchos originales no se secan, ya que son diseñados para que esto no ocurra, incluso después de tres meses sin imprimir. El mantenimiento de estos cartuchos requiere un entretenimiento menor, y no dejan residuos en los cabezales.
También hay que tener en cuenta que las tintas originales cuentan con garantía, y que en caso de que surja algún contratiempo, el fabricante responde. Así se protege a su vez la garantía de la impresora, mientras que si surge algún problema por usar un cartucho no original, se puede perder la garantía de esta.
Las marcas principales de tinta realizan más de 20 pruebas en sus productos a nivel de pureza, y otras 50 pruebas más para valorar diversos aspectos relacionados con la decoloración o la calidad. Además, los cartuchos originales mantienen dicha calidad, desde la primera hasta la última impresión.
El gasto en papel tampoco es el mismo en comparación. Estos últimos gastan mayor cantidad de papel por su poca calidad de impresión, lo cual lleva a tener que reimprimir varias veces. Se puede llegar a gastar hasta 27 veces más papel si se utiliza un cartucho no original que si se opta por uno que sí lo es.
Los costes también pueden resultar un problema si nos decantamos por un cartucho no original. Aunque estos tengan un precio de adquisición inferior, pueden tener costes ocultos por utilizar tintas de terceros, o costes de sustitución a causa de cartuchos defectuosos.
Todo esto sin tener en cuenta otros posibles costes relacionados con la reimpresión, o por el tiempo que se invierte en hacer impresiones de poca calidad. Tampoco se pueden perder de vista los costes de productividad, cuando la impresora queda inactiva a causa de reparaciones realmente caras.