El candidato del Partido Socialista, Benoit Hamon ha calificado su derrota como una sanción histórica y dice que “la izquierda no ha muerto. El debate continua y no lo abandonaré nunca”.
Por el lado de la extrema derecha Mariane Le Pen, la defensora contra las elites (otros le llaman establisment o la casta de Pablo Iglesia) con el objetivo de transformar la República se auto calificaba como la candidata del pueblo, aspira a liberar al pueblo francés, defenderlo de la globalización y de la amenaza de la inmigración. Entre sus propuestas, el cierre de las fronteras.
En el extremo de la izquierda Jean-Luc Melenchon, líder del movimiento Francia Insumisa, llamado por un periódico francés “el Chávez francés” consideraba al difunto venezolano como “la puerta de lanza de un nuevo ciclo para nuestro siglo. El de la victoria de la revoluciones ciudadanas”.. Su propuesta incluía romper con los tratados europeos y sacar a Francia de la OTAN. Se autocalifica como “defensor del pueblo contra la oligarquía”.
En el medio Emmanuel Macron (¿el outsider?). Su movimiento En Marche le ha servido para su puesta en escena de la aspiración presidencial con la intención de “superar las diferencias tradicionales de izquierda y derecha.
Los resultados del voto ciudadano han sido la irrupción de Macron y su Movimiento En Marche, la fortaleza de Marianne Le Pen, el acenso de Melenchon, y la debilidad de los partidos tradicionales.
Sin duda alguna que el protagonista de la contienda ha sido “el pueblo”.
Parecería que las elecciones francesas han sido el espejo en que se miran las democracias globales.
También posiblemente habría que recordar la famosa frase de Wiston Churchill, “el sistema democrático es el peor sistema político, exceptuando todos los demás”.