Con la creación del Estado Islámico y su líder proveniente de las filas de Ozama bin Laden, los ataques terroristas siguen la estrategia del creador de Al Qaeda. El conflicto entre las diferentes “sectas” islámicas no es solo en territorio islámico, sino es un deber global del Islam y así se expresa en su proclama.
“La bandera del califato se elevará sobre Jerusalén y Roma incluso con el desprecio de judíos y cruzados. La sombra de esta bendita enseña se expandirá hasta cubrir todas las partes de la tierra, llenando el mundo con la verdad y la justicia del Islam y erradicando la falsedad y tiranía”.
Y también llega la polémica.
Para algunos, la radicalización de musulmanes es una reacción a la marginación que sufren los musulmanes en los países que emigran. Las cifras parecen desmentir el argumento.
De acuerdo con la investigación del perfil de los terroristas realizada por el Banco Mundial con reclutados del Estado islámico, el 70% tiene estudios secundarios y un 25% posee título universitario y de acuerdo con Brookings Institution el 73% pertenece a la clase media.
Para otros, la política exterior del occidente es la cuna en la que se mecen los terroristas. En España, luego de la llegada al poder de José Luis Rodríguez Zapatero, crea la Alianza de Civilizaciones y ordena la salida de las tropas españolas de Irak.
En la actualidad, los líderes mundiales se pronuncian. Decía el ex presidente Barack Hussein Obama que “el Califato es una organización terrorista pura y simplemente. Ninguna religión tolera la matanza de inocentes”. El ex primer ministro David Cameron se refirió a los terroristas como “monstruos, no musulmanes, por lo que el Estado islámico no es islámico”. Y el Papa Francisco afirmó “que el Estado Islámico intenta justificar su violencia en nombre del Islam”.
Una cosa es que no todos los musulmanes son terroristas y otra cosa es creer que el terrorismo islámico no es islámico.