¿Cuándo os encontrasteis la poesía y tú?
Escribo desde que leo. Era una niña cuando empecé a inventar mis primeras historias pero pronto me interesó más expresar estados de ánimo que narrar hazañas. Me di cuenta de que la poesía impregnaba cualquier pensamiento profundo y arrastraba a las palabras más allá de su significado. La poesía no sólo decía: creaba lo que no era capaz de revelar el lenguaje lógico-racional.
¿En qué fuentes se inspiran tus poemas de Apología de las sombras?
Se trata de un homenaje irreverente a los filósofos griegos, ahora tan olvidados y adulterados, pese a que la cultura occidental no existiría sin ellos. Especialmente a Platón, a quien vapuleo con grandes dosis de humor negro e infinito cariño, porque lo considero mi tatarabuelo literario; y a los poetas presocráticos, los teóricos del mundo natural y del camino de la experiencia. También hay referencias implícitas y paródicas a clásicos de la literatura española como Quevedo y San Juan de la Cruz. Sin embargo, son poemas muy arraigados en el presente, abundan los coloquialismos, la ironía y el léxico científico. El conjunto es un tanto provocador, no sólo por su erotismo heterodoxo, sino porque es anti-dogmático y desmitificador.
¿En qué os perecéis tu yo interior y tu yo poético?
Básicamente en la multiplicidad. Creo que tanto en la vida como en la escritura es un error considerarnos un ente exclusivo y unívoco. La riqueza humana reside en aceptar todas nuestras facetas simultáneas, todos nuestros yos en el tiempo. Y por extensión los de los demás. Desde los más luminosos a lo más oscuros. Hay que aprender a amar a nuestros monstruos para que no nos acaben destruyendo.
Si los poemas son flechas, ¿a quién diriges las tuyas?
A los lectores hartos de lo políticamente correcto, dispuestos a correr riesgos y a romper tabúes. Para mí la poesía debe producir una reacción en el público, que lo saque de sus rutinas y convicciones. El poema genial consigue que quien lo empezó a leer, cuando lo acaba, no sea la misma persona.
¿Las sombras merecen una o varias apologías?
Han merecido unas cuantas a lo largo de la historia por parte de la filosofía, la psicología, el arte y la literatura. Decía Sófocles que el ser humano no es más que respiración y sombra. En mi apología, la sombra es una metáfora consustancial al ser humano. Habitamos una caverna, iluminada por un proyector, donde el mundo exterior pasa frente a nuestros ojos como una ilusión, un misterio, una amenaza. La gran paradoja es que amar es fascinación por las sombras y también necesidad de dispersarlas. Pero, ¿hay algo detrás de ellas?
Un gran misterio que quizá sólo pueda resolver la poesía. Además de la escritura, ¿qué te roba el corazón?
El cine. Escribo crítica cinematográfica desde hace más de veinte años y soy autora de tres ensayos: “La Emoción sin nombre”, “La pasión en el cine”, y Las Grandes Películas Asiáticas. Espiritualidad, Erotismo y Violencia en el Cine Oriental, además de haber colaborado en prensa y también en numerosos libros colectivos. La representación visual de los sentimientos me interesa tanto como invocarlos con palabras.
¿Qué aporta la poesía en el momento actual?
Los antiguos griegos sabían que el conocimiento se genera de la antítesis entre contrarios, fruto de la dialéctica. Que la contradicción no paraliza, si no dinamiza. Que diferentes verdades pueden coexistir. La poesía expresa sentimientos universales y es una fuente de empatía, que hace que nos reencontremos a nosotros mismos en el espejo del otro. En tiempos como éste, la poesía es más necesaria que nunca. La voz incómoda del poeta, en medio del caos, podría ser la de la cordura.