Veamos lo realmente acaecido en nuestra Nación. Se han ido creando diecisiete centros territoriales, absolutamente ficticios (salvo en el caso de los archipiélagos) al que se les ha dado competencias que deberían ser exclusivas de una Nación de manera alocada, por impulsos partidocráticos, creando 17 entidades políticas descoordinadas en pugne entre sí para obtener más poder y dinero a costa de los demás y del bien común. Se ha diluido de hecho la noción de bien común y sólo importa el bien caciquil. Es decir, hemos construido una España multicentralizada. Con 17 centros peleándose entre sí.
La descentralización, que yo defiendo aprovechando las posibilidades tecnológicas y el reparto óptimo de competencias, incluyendo ayuntamientos, es otra cosa muy distinta. La descentralización, por ejemplo, requiere que no todo el mundo haga de todo, sino unas competencias repartidas en cascada para que cada nivel haga dónde es más eficiente. La descentralización tiene que estar sometida a una fortísima coordinación y visión global de los temas patrios como la educación o la ordenación del territorio, por ejemplo. Se descentraliza en pirámide, y casi todo lo que se descentraliza es gestión, ya que la estrategia y la política necesitan de visión omnicomprensiva y con economías de escala. Y eso sí contribuye al bien común.
Sepamos que, de facto, España es el país más centralista del mundo, porque realmente tiene 17 centros, y peleados entre sí. Y sepámoslo bien para revertir urgentemente la letal situación.