Pérdidas por destrozos aún por cuantificar; parón en la actividad comercial y en el empleo; pequeñas y medianas empresas en problemas. E incertidumbre, mucha incertidumbre. Chile, por décadas el alumno aventajado de la economía latinoamericana, se ha convertido en menos de un mes y medio en uno de los grandes quebraderos de cabeza a la hora de dibujar el horizonte económico de una región que no pasa por su mejor momento.
Las protestas, iniciadas a mediados de octubre, y el pistoletazo de salida una todavía vacilante negociación política para tratar de restablecer el orden público y consensuar medidas que pongan freno a la desigualdad —el 1% más acaudalado acapara más del 26% de la riqueza—, añaden un grado adicional de zozobra sobre las constantes vitales de la economía chilena.
En un mes y medio, desde que comenzaron las protestas en las calles, el país sudamericano ha pasado de debatir si el crecimiento anual estará en el entorno o por encima del 2,5%, dando por hecho crecimientos trimestrales en positivo, a hacerlo sobre si el país entrará o no en recesión en 2020.