El relato comienza con Cecilia y Helena, dos niñas que van con el colegio a visitar el museo de El Chopo en México. Están fascinadas porque es un museo de ciencia natural con animales disecados, esqueletos de dinosaurios y también hay momias. Su madre les cuenta que su tía Marcela está en ese museo momificada y se entusiasman con poder verla. A partir de ese momento, entreverada en varios planos narrativos, conoceremos la historia que llevó a Marcela a convertirse en una muerta incorrupta: su historia de amor con Rómulo, su fallecimiento y su periplo una vez convertida en cadáver.
Basada en una historia familiar, la narración se desarrolla entre el pueblo michoacano de Tlapujahua, y la Ciudad de México, bajo el cobijo de uno de los museos icónicos y entrañables, principalmente para los capitalinos: El Chopo.
La vida de los personajes confluye en una sola, la de Marcela, descubierta incorrupta por su esposo y trasladada por su hijastro a Azcapotzalco, pueblo aledaño a la Ciudad de México, y posteriormente al museo de El Chopo. Rómulo, Marcela la viva, Esteban, Marcela la momia, Helena y Cecilia, son los personajes centrales del relato. Un cruce de pasiones, amores y extravíos de aquellos que no pasan completamente el dintel de la muerte, quedan a medias, incorruptos o momificados, y de los que viven a su alrededor y no pueden sustraerse de las pasiones oscuras, tiernas, descarriadas y brutales que inspiran.
“Dos días antes de la visita al museo, la maestra, que si mal no recuerdo se llamaba Carmen, nos contó que a El Chopo le decían El Palacio de Cristal; que llegó a México pieza por pieza y tuerca por tuerca desde Alemania; que estaba recubierto con tabique prensado y cristales, muchos cristales; que fue en el año de 1905 a la colonia Santa María la Ribera; que era igualito que el Cristal Palace de Inglaterra; que quien lo mandó a hacer fue, decía, nada más y nada menos que don Porfirio, a quien le gustaban mucho las plantas y los árboles, y que él fue quien lo bautizó con ese nombre: El Chopo; que espantaban por las noches y por eso no había velador; que era muy interesante porque había un esqueleto completo de dinosaurio, pulgas vestidas, animales disecados, terneras con dos cabezas, esqueletos de ballenas que colgaban del techo, cabezas reducida por los aborígenes de la selva amazónica, perros disecados de siete patas, arañas y tarántulas que parecían vivas y no lo estaban, la colección de mariposas más increíble del mundo cuyas alas tenían indescriptibles formas y colores. Cosas imposibles de creer y más: el colmillo de la mandíbula de un elefante primitivo encontrado en Tequixquiac; muestras disecadas de tres mil novecientas veintinueve aves; una musaraña como ejemplo del mamífero más pequeño del mundo; las muestras fósiles de diferentes mamíferos asiáticos; colecciones inmensas de insectos; ejemplares de esponjas, medusas, estrellas de mar, tortugas y… momias.” (Fragmento de La noche anterior al cierre el museo fue plenilunio, La Equilibrista, 2020)
Carmen Turrent (México, 1946) radica en la ciudad de Cuernavaca desde hace más de cuarenta años y es profesora de primaria, maestra en ciencias del lenguaje y doctora en literatura mexicana. Ha trabajado en la formación de maestros de lengua y literatura y en educación indígena de su país en la Universidad Pedagógica Nacional; además ha publicado diversos artículos sobre arte, educación y literatura en revistas universitarias, y cuentos como coautora.
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