Luis Sánchez de Movellán
LA DUDA INCORRECTA
Por el Dr. Luis Sánchez de Movellán
Luis Sánchez de Movellán | Martes 21 de octubre de 2014
Todo el mundo sabe (los abogados antes que nadie) que existen, desde Platón hasta hoy, cuatro grandes virtudes cardinales a las que el mundo cristiano agregó tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) Así, para los griegos, las virtudes cardinales, llamadas de este modo por los romanos (cardinis: gozne) porque sobre ellas giran como en un gozne todas las otras, nacen de las partes en que se divide el alma: la racional (prudencia: phrónesis) radicada en la cabeza; la irascible (fortaleza: andreia) ubicada en el pecho; y la concupiscible (templanza: sophrosyne) localizada en el vientre. Y sobre todas ellas, responsable de su equilibrio, la justicia o dikaiosyne.
A su vez estas virtudes o sus vicios respectivos, estaban vinculadas a las diferentes clases sociales que constituían la sociedad: así, los gobernantes están vinculados a la prudencia/imprudencia, los soldados a la fortaleza/cobardía y los comerciantes a la templanza/voluptuosidad. Este esquema trifuncional se repite en numerosas mitologías desde la sociedad indostánica de castas hasta la fundación de la antigua Roma, pasando por Grecia y llegando hasta el comienzo de la Modernidad.
Pareciera como si hoy hubiera desaparecido todo esto ¿A quién se le puede ocurrir hablar de las virtudes en la hodierna sociedad de consumo en la que proliferan toda suerte de corrupciones? Y, sin embargo, ellas existen, están ahí al alcance de la mano. Se las predicamos a nuestros hijos y las enaltecemos cuando las encontramos en nuestros amigos o en nuestros gobernantes ¿Alguien no quiere ser prudente, fuerte, templado y, sobre todo, justo? Todos lo querrían pero nuestra sociedad postmoderna no da cabida a la creación de las condiciones que hagan posible al hombre justo. Por el contrario, fabrica un hombre light, débole…casi evanescente para quien todo es relativo, todo es lo mismo. Un hombre que ya no sabe distinguir el bien del mal.
Ciertamente que las virtudes han ido cambiando en su preferencia y en la disposición de los hombres respecto a ellas. Esto es un hecho indiscutible que hace ya más de cinco décadas vio un filósofo prácticamente olvidado como Otto Friedrich Bollnow en su magnífico libro titulado Esencia y cambio de las virtudes.
La explicación de este cambio axiológico viene dado a través de la pérdida de ciertas virtudes que se produce por un declive del mundo espiritual que las sostiene. En este sentido, el lenguaje cultural del mundo grecorromano o del mundo cristiano tradicional son del todo incomprensibles para el actual mundo ultramoderno. De un estudio fenomenológico de la realidad hodierna, el virtuoso aparece en la actualidad como un melindroso y la honradez casi como una debilidad.
Las leyes distorsionadas del mercado, el éxito a costa de lo que sea, el confort egoísta, el afán desmedido de lucro, el bienestar hedonista o la corrupción consentida son desviaciones de las virtudes burguesas que vienen a cambiar radicalmente las virtudes clásicas en las que se transmitían valores y se inculcaban ideales.
La adaptación y el aggiornamento axiológicos no debe hacernos olvidar aquello que afirmara Alasdair MacIntyre en un libro liminar como es Tras la virtud: “…la tradición de las virtudes discrepa con ciertos rasgos centrales del orden económico moderno y en especial con su individualismo, con su afán adquisitivo y su elevación de los valores del mercado al lugar social central”.
- Luis Sánchez de Movellán de la Riva es Doctor en Derecho y Director de la Vniversitas CEU Senioribvs