Durante dos semanas los altos mandos del IDF (Israel Defence Force, NdA) y observadores internacionales se preguntaron si Teherán respondería simbólicamente al mencionado ataque en Damasco o estaría dispuesto a provocar a una escalada del conflicto. Lo acontecido en los cielos de Israel, según fuentes militares estadounidenses el lanzamiento duró cinco horas, asemeja a un desenlace a medio camino entre las dos opciones. Resulta significativo que Teherán prescindiera de Hezbolá en una respuesta que no tiene precedentes, y de otros grupos que conforman el denominado Eje de la Resistencia. Se trató de una escaramuza que no ocasionó los daños suficientes como para justificar una contundente respuesta militar de Tel Aviv. Sin embargo desde el prisma diplomático las consecuencias serán especialmente duras tanto para Irán como para Israel y el inestable equilibrio de Oriente Medio.
Es importante hacer hincapié en los números. El Irone Dome, la decantada cúpula de hierro, interceptó aproximadamente el 99% de los casi 150 misiles balísticos y de crucero lanzados por la República Islámica gracias también a la colaboración de las fuerzas británicas y estadounidenses. El sistema móvil de defensa aérea también logró interceptar alrededor de 330 drones kamikazes, ninguno de los cuales logró entrar en el espacio aéreo israelí y fueron derribados en los cielos de Jordania e Siria. Lo más alarmante desde el punto de vista castrense ha sido el utilizo de cohetes Emad-1 y Sejil. Ambos misiles tienen capacidad para alcanzar un objetivo a miles de kilómetros de distancia en un espacio de tiempo limitado.
La gran mayoría fue derribada por el programa de defensa Arrow, uno de los más avanzados que existen en la actualidad. Y las pocas decenas que sortearon las barreras israelíes alcanzaron la localidad de Nevatim, donde se encuentra una base aérea, pero sin ocasionar ni víctimas ni tampoco daños estructurales. También cabe recordar que el ataque fue precedido por numerosas filtraciones a la prensa que imposibilitaron el efecto sorpresa. Viernes 12 de abril el mismo Wall Street Journal advertía de que la represalia se produciría ese mismo fin de semana. Información que facilitó tanto a Israel como a sus aliados estratégicos prepararse adecuadamente.
Que Teherán haya optado por una respuesta “simbólica” se desprende también de las mismas soflamas de las autoridades iraníes. El Jefe de Estado Mayor, el general Mohammad Bagheri, advirtió a su odiado enemigo y a Washington que no intentaran ninguna contraofensiva. Pero también echó agua sobre los carbones ardientes al precisar que todo había finalizado. Además, mientras el ataque estaba en su zénit, la cuenta de X (ex Twitter, NdA) de la embajada de Irán ante Naciones Unidas encorsetaba la puntual ofensiva militar “a la agresión del régimen sionista contra nuestra sede diplomática en Damasco”. Trátense de una manifiesta invitación a Netanyahu a aceptar el empate sin más complicaciones.
No cabe duda de que lo acontecido ha sido un acto de consumo interno. El régimen de los Ayatolá aprovechará el bombardeo para reforzarse ante la propia opinión pública y tranquilizar a sus aliados en Oriente Medio. La maquinaria propagandística bien engrasada de Teherán busca fabricar una victoria ad hoc desde el prisma simbólico y psicológico. Desde la revolución de 1979 no había logrado amedrentar y golpear directamente al “pequeño Satán”, como se define al Estado Israelí en la propaganda oficial.
Pero también es interesante analizar la otra cara de la moneda. Sin las advertencias y filtraciones interesadas, Tel Aviv no habría tenido opción ninguna de prepararse y los daños hubieran sido más que considerables. Además la diplomacia iraní ha incrementado sus esfuerzos para entablar conversaciones con algunos interlocutores occidentales y reforzar el prestigio internacional. Quedan demostradas las llamadas telefónicas entre el ministro de Asuntos Exteriores, Amir-Abdollahian, y las cancillerías de Alemania e Italia. Ojalá el gabinete de guerra que preside el debilitado Netanyahu no interprete estos diálogos como una pérdida de apoyo occidental o un síntoma de debilidad de Teherán que le instigaría a lanzar una potente contraofensiva.
Israel podría utilizar el bombardeo para alcanzar un tríplice objetivo. En primer lugar consiente desviar la opinión internacional de la retirada de su infantería de Gaza sin haber derrotado a Hamás y tampoco liberado a los rehenes, asuntos muy candente y que desgasta al polémico mandatario. Tel Aviv ha conseguido también aglutinar nuevamente el respaldo de las potencias firmatarias de los acuerdos de Abraham en una fase de creciente aislamiento y manifiesto descontento por la invasión terrestre de la Franja que ha causado más de treinta mil víctimas entre los palestinos. Last but not least la matanza en Damasco justifica la narrativa de Irán como la gran amenaza a la estabilidad regional, un mensaje que los dirigentes sionistas han reforzado en los últimos años.
Irán no puede dedicar todos sus esfuerzos a la política exterior y tampoco embarcarse en un conflicto prolongado. Los ataques terroristas perpetrados en las provincias de Sistán y Baluchistán tensan el equilibrio interno y Ebrahim Raisi necesita resolver problemas enquistados tanto de naturaleza económica como social. Le vertiente más belicista del Gobierno de Israel podría aprovechar la situación para subir el listón militar, pero todo dependerá de Washington, que ha desaconsejado cualquier maniobra bélica.
El mismo Biden telefoneó al líder del Likud para condenar la ofensiva iraní y reiterar su “firme apoyo”. No obstante el representante demócrata fue muy contundente, según la página Web Axios, al recordar que Estados Unidos, el Reino Unido y Jordania ni respaldarían ni justificarían una contraofensiva. La administración americana tiene como objetivo clave evitar una desescalada bélica en Oriente Medio desde la matanza de Hamás el 7 de octubre de 2023. No únicamente para garantizar la estabilidad regional, sino también para evitar que una guerra signifique la futura campaña electoral favoreciendo a Donald Trump.