Si la casta política no está sabiendo estar a la altura de las circunstancias y la monarquía está bajo mínimos con la gestión del affaire Urdangarín que la está poniendo al borde del desprestigio más absoluto en uno de los momentos en los que se necesitaría que los españoles miráramos al Rey como el baluarte moral capaz de poner orden en esta sinrazón política y social que estamos padeciendo, el problema ante el que se enfrenta nuestra patria es de primera magnitud.
El papel mediador de la monarquía está puesto en entredicho por los efectos perniciosos que se están derivando de los acontecimientos poco edificantes que están acaeciendo dentro de la familia real. No sabemos el alcance que puedan tener los rumores que se están produciendo acerca de unas declaraciones sobre la Infanta Cristina y su posible renuncia a su posición dinástica para intentar neutralizar los escándalos de corrupción del balonmanista consorte.
Todos estos sucesos hacen que quede más y más enturbiada la situación de nuestra patria y, evidentemente, la confianza que habíamos recuperado de nuestros inversores desde que las instituciones europeas habían cambiado de opinión acerca de la actual situación española. Si observamos los resultados bursátiles de los últimos días y el comportamiento de la prima de riesgo comprobaremos que se produce una vuelta a tiempos anteriores con consecuencias muy poco favorables para los españoles.
Lo que es del todo evidente es que la situación de la patria se va envenenando cada día más, ya que los ciudadanos no confían nada en los partidos políticos, en los que ostentan el poder, y piensan que el peso de la crisis lo están soportando los que menos tienen –que, por cierto, son cada día más-.Ha sido tan esquilmada la clase media –la cual, recordemos, fue articulada por el general Franco- que se ha convertido en una clase desclasada con unas condiciones de vida que, en muchos casos, la han conducido a situaciones bochornosas de pobreza.
Ya hace tiempo que la izquierda ha asumido un papel revolucionario y ha sacado la política a la calle, conocedores de que en el Parlamento no tienen ninguna posibilidad de tumbar al Gobierno. El alterar constantemente el orden público, el convertir las algaradas callejeras en actos de sabotaje, el ocupar por la fuerza los espacios públicos y privados, el establecer campamentos cochambrosos en las plazas públicas, el sitiar violentamente las sedes de determinadas formaciones políticas o el acoso a sedes judiciales son actos que se van convirtiendo en prácticas generalizadas que pueden llegar a convertirse en movimientos con claro tufo sedicioso.
El convertir las decisiones judiciales en algo mediatizado por los gritos y soflamas de las masas y el hecho de que políticos de la más rancia izquierdona pretendan alterar las normas, azuzando a las turbas a rebelarse o a sublevarse contra el orden establecido, no dejan de ser actos revolucionarios en la mejor tradición leninista para dinamitar la democracia española. Pequeñas vanguardias antisistema o acratoides no pueden poner en jaque a toda España, pues causar el caos nacional o hundir en el fango de la ingobernabilidad a nuestro país, seguramente nos llevaría a escenarios sumamente peligrosos para la estabilidad hispana.
- Luis Sánchez de Movellán de la Riva es Doctor en Derecho, Profesor y Escritor