El Reino Unido de la Gran Bretaña parece un león relamiéndose las heridas. Las heridas del Brexit y de otros grandes errores patrios. Estamos asistiendo en estos momentos a una escalada injustificable de tensión innnecesaria por parte del Reino Unido. Los objetivos son claros: desviar la atención de su pueblo, del pueblo inglés, irlandés, galés y escocés, acerca de las consecuencias que pueda tener el cierre de fronteras que supone el Brexit, o lo que es lo mismo: la activación del artículo 50 delTratado de la Unión Europea, que fue redactado en 2009. Todo ello es consecuencia del nefasto referéndum que se celebró en el Reino Unido el 23 de junio de 2016. En aquellos momentos hubo actores políticos de los que ya ni nos acordamos, como el Primer Ministro David Cameron -al que la apuesta del referéndum costó la cabeza-, o el inefable antiunión Europea Nigel Farage, líder del Partido de la Independencia del Reino Unido. Hoy contemplamos atónitos como el león británico se refugia en un rincón dando zarpazos hacia fuera, mientras no sabe como actuará para defender los intereses de sus empresas e inversiones en el exterior, y oímos asustados las chocheras de un viejo lider del Partido Conservador, Michael Howard, animando a declarar la guerra a España por Gibraltar y lanzando al bullicio a los habitantes de la Roca.
Una locura es a lo que estamos asistiendo. Los británicos que ven a España como enemiga -lo fuimos en todos los mares durante siglos, con desigual resultado y fortuna según el momento-, no les conviene recordar que España y Reino Unido somos aliados en la OTAN, un tratado defensivo que nos ata en intereses comunes de seguridad y visión global del mundo, con la que todos los países avanzados coincidimos. Seguramente la imagen despreciable que algunos políticos ingleses están ofreciendo no resume el pensamiento generalizado de la mayor parte de los ciudadanos ni tampoco de las empresas y grandes grupos empresariales que se van a ver afectados por estas simplificaciones que responden a intereses puntuales.
Desde luego, España ha sido elegante durante los años de la Transición y hasta este mismo momento con el asunto de Gibraltar, la última colonia británica, y la única colonia que pervive en Europa, un anacronismo al que, tarde o temprano, lo quieran o no, tendrán que dar solución incluso sin contar con España. Lo que si tendrán que contar es con los gibraltareños, que algún día, quizás no muy lejano, se tendrán que pronunciar sobre la pervivencia de su situación como una colonia anacrónica en pleno territorio europeo.
España no ha estado tocando las narices a los ingleses con el asunto de Gibraltar -el único triste territorio que queda del extinto Imperio Británico- durante los últimos lustros, pero llama poderosamente la atención como cuando el león inglés se ha visto acorralado por una insegura opinióm pública, como cuando empresas y bancos importantes de la City de Londres han tomado al decisión de abandonarla, es justo cuando se lanzan las soflamas soberanistas y las agresiones populistas contra los que no tienen la culpa: el Reino de España, los emigrantes o los fantasmas.
Las guerras han sido siempre la mejor manera de acabar con los problemas internos. Y la mejor manera de aflojar las listas de hambrientos del país. Se les manda al frente, y a ver si se mueren allí.
La afrenta de los ingleses provoca la risotada y nos inclina incluso a la compasión. Es imcomprensible cómo puede variar la dirección política de los asuntos de un país serio cuando surgen los problemas.
Cuando se celebró el referéndum anti-UE animado por los populistas y algunos tories, la actual Primera Ministra Theresa May era Ministra del Interior y una de las defensoras de la permanencia del Reino Unido en la UE. De 17 ministros de aquel tiempo, tan solo seis estaban en contra de la UE. Y en el arco político, Gales, Escocia e Irlanda estaban a favor, y tan solo unos pocos partidos radicales conservadores, como el Partido Unionista Británico, la Voz Unionista Tradicional y el Partido de la Independencia del Reino Unido, estaban alineados con el No a la UE. Contra lo que pueda parecer, la postura oficial del Partido Conservador fue neutral, no se mojó oficalmemnte ni a favor ni en contra. Únicamente ocurrió que la mayor parte de los diputados conservadores se mostraron mucho más conservadores que el propio partido, y animaron el voto del Brexit. Y la gente se dejó llevar.
Inglaterra, el Reino Unido en global, debería más mirar como va a defender Escocia en vez de fijarse en Gibraltar, un pequeño enclave que pervive por el fraude financiero de las más de 100.000 compañías allí domiciliadas que por ser el enclave estratégico que era en el pasado. Antes que querer blindar con fragatas la Roca, frente a las miradas de los inofensivos habitantes de La Línea o Algeciras, los ingleses deberían abordar más seriamente como tratan de convencer a los escoceses para que no quieran permanecer en la Unión Europea.
Y como van a explicar en la City de Londres lo que está ocurriendo. Y lo que está ocurriendo es que la mayor parte de las empresas afincadas en la City londinense están trabajando ya para reubicar sus puestos de empleo en otras capitales europeas como París o Frankfurt. Tal es el caso de Lloyd's of London, Royal London, JP Morgan, Citigroup, Goldman Sachs o HSBC. Incluso la Autoridad Bancaria Europea, que emplea a más de 160 personas en Canary Wharf, se ha propuesto buscar otra localización en París o Luxemburgo. Todos han concluido que se tiene que seguir permitiendo que los negocios fluyan bajo las mejores condiciones posibles en la UE una vez que se haya certificado el acta de defunción del Reino Unido en la UE. Todo ello va a suponer la pérdida de miles de puestos de trabajo. Y un serio desgaste en reputación, que algunos parecen querer resolver a cañonazos y olor a pólvora.
De todas maneras, tampoco va a ser el fin del mundo para la UE, una UE que ha estado resistiendo las dudas y las incoherencias de un Reino Unido que ha estado bloqueando permanentemente la aplicación de reglamentos y normativas con las cláusulas de exención "opting out", que se ha enfrentado al liderazgo germano, que ha torpedeado al Banco Central Europeo, y, desde luego, con su nula participación en la moneda única. Así que, bien mirado, los ciudadanos de la UE no perdemos tanto con la usencia del Reino Unido.
Ahora que se acaba de poner en circulación el nuevo billete de 50 euros, con la incorporación en el mapa que aparece en el mismo de las islas de Chipre o Malta, que no eran miembros de la Unión Europea, habrá que empezar a pensar como se van a diseñar los próximos billetes de 100 y 200 euros que se pondrán en circulación en unos meses, y en los que habrá que borrar las islas británicas, pues el mapa solo refeja los miembros de la UE.
Es momento de que los europeos pensemos acerca de nuestro futuro unidos, y de que los británicos traten de resolver sus problemas sin andar metiendo el dedo en el ojo a los demás. Todos pensábamos que eran gente educada y admirable.