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LA REPÚBLICA, EN HORAS BAJAS

Un antiguo comunista asesora al PSOE de Rubalcaba

Un antiguo comunista asesora al PSOE de Rubalcaba

Por José Luis Heras Celemín

By José Luis Heras Celemín
martes 21 de octubre de 2014, 14:31h
En Madrid, a las 9 de la mañana y en un hotel de lujo, se había convocado a la audiencia para oír a Piero Fassino, comunista antiguo, ex ministro de justicia de Italia y en la actualidad alcalde de Turín, la capital del Piamonte en la que nacieran dos reyes (Amadeo I de España y Víctor Manuel II de Italia) y una republicana insigne (Carla Bruni, la esposa de Sarkozy que fue primera dama de la República francesa). A Fassino lo presentaba Alfredo Pérez Rubalcaba, aunque dimisionario y con pose de holocausto, todavía Secretario General del PSOE que se acercaba a la mesa (no cadalso) con la moral baja y confesando que tuvo alegría (“una alegría entre pocas en esta época”) cuando el embajador de Italia le propuso la presentación. Próximos a él, como escoltándole y disimulando las ausencias, algunos (pocos) fieles: Rafael Simancas, Carmen Alborch, Oscar López, Elena Salgado, Enrique Barón…
En el ambiente se percibía la nueva situación, aunque de momento firme, transitoria de quien por decisión compleja (real, gubernamental, socialista y personal) se había erigido en bastión para proteger la abdicación y a una monarquía expuesta al agobio de unos republicanos que asoman en las plazas al atardecer como los hongos en pinar húmedo por la mañana.

Por ello, el acto había reunido a una prensa que, ayuna de declaraciones en la entrada, se entretenía comparando algo tan simple como los precios de Carrefour y Mercadona. Pero a Fassino no se le había llamado para que hablara de monarquías y de repúblicas, aunque lo hiciera. Le había invitado el foro “Smart City”, que se ocupa de estudiar la que se entiende como “ciudad inteligente del futuro”.

Y a ello se aplicó el alcalde de Turín, ampliando el tono, mimando el contenido, enseñando modos demócratas (a presente y ausentes) y… teniendo al lado, como alumno atento, a Rubalcaba:
  • A explicar lo que puede ser una nueva forma de pensar y entender el espacio político, organizar la convivencia y procurar la libertad en el Siglo XXI.
  • A tratar de contestar la pregunta del momento: ¿Cuál puede ser la democracia en el tiempo moderno, en el que los viejos partidos políticos han de dar paso a unas organizaciones que usan medios digitales y que propician una relación con los ciudadanos distinta a las conocidas hasta ahora?.
  • A constatar la realidad, ineludible, de una competitividad global a la que Europa no puede sustraerse. (Y lo decía sin aspavientos de comunista confeso, con una convicción apreciada por todos, también por los miembros de la prensa que, momentos antes, comparaban la competencia entre los productos de consumo de dos cadenas comerciales).
  • A advertir cómo se reorganiza la sociedad en nuevos sistemas de con-vivencia en los que cada ciudadano ha de ocupar sitio para redefinir una relación, entre el poder y el individuo, que está en crisis.
  • A denunciar la apertura de un debate sobre las perspectivas de Europa con realidades evidentes: Paro juvenil excesivo. Dificultades para actuar como actor unitario en la “aldea global”. Ausencia de una política exterior definida, con mercado único pero sin política industrial conjunta ni entidad financiera común.
  • A atisbar las relaciones entre el futuro de Europa, como entidad unitaria, con cada uno de sus estados miembros y donde para Italia reservaba el papel de imprimir un impulso dinámico en busca de un cambio estratégico.

En el turno de preguntas, en una mezcla de pureza de ideas y modos exquisitos, el turinés eludió los temas españoles (porque son asuntos internos de España), manifestó algunas ideas sobre la competitividad de Europa (otra vez la competitividad en labios comunistas) con las potencias económicas mundiales (Estados Unidos, China o India), expuso algún concepto concreto sobre “el relacionamiento” entre los Poderes del Estado con el Poder Local, y evitó el dilema monarquía/república con la excusa “soy extranjero” y el recuerdo de que Italia decidió la disyuntiva al acabar la Segunda Guerra Mundial.

Llegando el final del acto, la prensa, que paciente había escuchado al piamontés, aprovechó el momento para, con preguntas, rendir aprecio a quien, presentador y alumno, merecía la oportunidad de reafirmarse como proa y bastión del socialismo. Y Rubalcaba, humilde en las formas e intelectualmente soberbio, aprovechó la ocasión para asentar ideas y hacer alguna afirmación:
  • Es normal que exista el dilema entre monarquía y república; y todo el mundo tiene derecho a manifestarse en un sentido o en otro.
  • El PSOE, que tiene unas raíces republicanas, hizo un pacto en la Transición que ha permitido 35 años de estabilidad. Seguirá en ese pacto, pero se abre un tiempo nuevo y, sí, va a aprovechar la ocasión para propiciar cambios.

Ya en la calle, mientras un senador vasco buscaba y compartía taxi, alguien reparó en que a la lección demócrata del comunista italiano sí había asistido algún regionalista (el vasco Anasagasti), pero no se habían dejado ver ninguno de sus compañeros ideológicos españoles.

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