Los niños españoles sin protección ante las influencias de políticos como Soraya Sáenz de Santamaría y Antonio Hernando. Es probable que la influencia de los políticos españoles en la infancia globalmente no sea absolutamente negativa; y es posible que una parte de ellos, padres o no, sean conscientes de cómo su actividad influye en los niños. Pero es seguro, también, que algunos ejemplos de la actividad política nacional son decididamente perjudiciales para la formación de la infancia española. Un ejemplo de esto, por desgracia frecuente, es lo ocurrido en la Sesión de Control al Gobierno número 274, que se celebró el pasado miércoles 24 de junio en el Congreso de los Diputados; y que, servido por el telediario e informativos de todas las cadenas nacionales, llegó a una buena parte de los niños españoles a horas de máxima audiencia y al comienzo de sus vacaciones estivales.
Los protagonistas del acto no fueron los alcaldes y concejales que están próximos y son conocidos por los niños, sino dos políticos que están magnificados por todos y cuyas declaraciones son seguidas y adornadas con aureolas de importantes. Los actores (y autores) del acto fueron Antonio Hernando Vera, portavoz del Grupo Parlamentario Socialista y la Vicepresidenta del Gobierno y Ministra de la Presidencia Soraya Sáenz de Santamaría.
Ambos son padres, pero en esta ocasión castigaron a los niños españoles exhibiendo un ejemplo, el suyo, no ejemplar. El portavoz socialista había formulado su pregunta: “¿Cómo valora la situación de los derechos y libertades en España después de tres años y medio de gobierno?”
El tema, aunque importante, es mucho menos trascendente que el efecto que puede producir en los niños.
Hernando había sido brusco. Tras una exposición dura, en su turno de réplica, usó algunas expresiones aviesas y un punto retorcidas: “Su estrategia del miedo ya no infunde un gramo de temor… La superioridad y arrogancia con la que suele contestar a mis preguntas es patética y sus mentiras y promesas ya no engañan a nadie”.
La Vicepresidencia, cerrando el turno y también en réplica, trató de contrarrestar la acometida con un tono también destemplado: “…Tiene mucho que explicar…, derechos de las víctimas, ya sea del holocausto o del terrorismo…”
Pero algo debió de ver en la cara de Hernando que hizo que interrumpiera su parlamento para colar una frase que, vía telediario, llegó al conocimiento de todos, niños incluidos:
- “Deje de insultarme, señor Hernando, que le leo los labios”
Con ella, se puso el ejemplo, magnificado en las pantallas de televisión, de dos políticos nacionales que, atentos a sus intereses, obviaron la realidad de una infancia que les escucha y exhibieron el ejemplo de una forma de hacer: La destemplanza ineducada en el trato y el insulto como forma de comportamiento.
En estos días se ha criticado el ejemplo, el mal ejemplo, del comportamiento antideportivo de Neymar, el jugador de fútbol del FC Barcelona, que pudiera ser ídolo de algunos niños y que ha sido sancionado por las autoridades futbolísticas internacionales. La sanción lleva implícita, además del intento de corregir y modificar un comportamiento improcedente, una enseñanza útil para los niños admiradores del futbolista. Tras ella, la infancia sabe que hay comportamientos censurables que la sociedad reprueba y que las autoridades castigan y tratan de corregir.
Sin embargo, a nadie se le ha ocurrido, aún, tratar de proteger a los niños de comportamientos tan poco edificantes como los que a veces usan los políticos en público.
Se hablará, y se valora en su medida, la libertad de expresión de los representantes del pueblo y la necesidad de que sean libres a la hora de emitir opiniones. Pero hechos como el referido están ahí y parecen perjudiciales para la educación de una infancia a la que hay que proteger.
De ahí nacen una serie de cuestiones, nada fáciles de definir y estructurar, que quizá encuentren un atisbo de solución en la mayéutica, unida a una realidad que conocemos y que puede apuntarse en la formulación de una batería de preguntas:
¿Podría el Presidente del Congreso usar algún método capaz de aminorar el efecto negativo de comportamientos improcedentes de los diputados? ¿Serviría una simple amonestación, trasmitida junto al acto, para que los niños tomaran conciencia de que la sociedad, a través del Presidente del Congreso, reprueba comportamientos reprochables?
¿Serviría la restricción de la emisión de noticias de este calibre en horario de audiencia infantil? ¿Sería útil añadir una reprobación al comportamiento desde el medio que difunde noticias dañinas para la educación infantil?
¿Es preferible que los niños desde el inicio de su formación educacional se acostumbren a una forma de actuar poco edificante? ¿O sería preferible que los políticos, cada uno desde su puesto y responsabilidad, tuvieran presente que cuando hablan en público, además de defender intereses personales y de partido, también deben tener en cuenta el ejemplo que dan a un infancia que les escucha?