¿COMO SE ALIMENTA LA PATRIA?
España, una gran familia
· Por Enrique Miguel Sánchez Motos, Administrador Civil del Estado
sábado 07 de noviembre de 2015, 09:20h
El independentismo será un tema principal en la campaña ante las próximas elecciones generales. En las anteriores generales era un tema que quedaba arrinconado por no parecer urgente ni crucial. Sin embargo, el aún presidente Mas lo ha puesto de una innegable actualidad, al lograr, de hecho, que las pasadas elecciones autonómicas catalanas del 27S tuvieran un papel plebiscitario, a pesar de que eso no estuviera amparado por la Constitución vigente. El propio final de la campaña para las autonómicas catalanas, con declaraciones de instituciones empresariales, sociales y culturales, a favor y en contra del independentismo, reafirmó ese carácter plebiscitario.
Afortunadamente el resultado, si bien ha dado mayoría absoluta en el Parlamento catalán a los representantes de grupos pro independencia, también ha puesto en evidencia que el plebiscito lo han perdido pues sólo les ha apoyado un 48% de los votantes, en unas elecciones en las que ha habido una participación del 77,6%, superior a la habida en el referéndum de 1978 de ratificación de la Constitución española (67,9% del censo) y muy superior a la participación que hubo en 2006 en la ratificación del Estatuto catalán (48,45% del censo).
El independentismo/nacionalismo catalán, que en las elecciones generales de 1982, sólo constituía el 22,5% del voto en Cataluña, ha ido creciendo y radicalizándose debido a varios factores principales. En primer lugar, el uso excluyente de catalán, que ha ido marginando a una mayoría de habitantes de Cataluña que tiene el castellano como lengua propia. Ese uso excluyente enviaba un mensaje claro: “Cataluña no es España. Si quieres utilizarlo, vete a tu tierra”. No viene mal recordar ahora que en 1931, durante la elaboración de la Constitución de la Segunda República, cuando se propuso que el articulo 4 estableciera que el español (no el castellano) fuera el idioma oficial de la República, el diputado catalán Gabriel Alomar, libertario y de izquierdas, dijo que "si lengua española es el castellano, entonces mi lengua catalana, el vasco y el gallego, no son lenguas españolas". Lo que llevó a que al final se estableciese el castellano como idioma oficial, por entender que lenguas españolas eran todas, no sólo el castellano.
El catalán que, tras la Guerra Civil había sido reprimido por Franco se recuperó, extendiéndose rápidamente su uso no solo por su aceptación voluntaria sino por la presión que ocasionó la ley de Normalización Lingüística, que pasó de recuperar el catalán a reprimir el uso del castellano, que hoy está legalmente en posición de inferioridad como los demuestra el hecho de que se sancione a los negocios que rotulen sólo en castellano pero sin aplicar el mismo rasero si se rotula sólo en catalán.
Paralelamente se ha pasado a primar a los medios públicos catalanes que utilizaban preferentemente el catalán y a exigir el conocimiento de un alto nivel de catalán para poder ser funcionario público, sin exigir un nivel equivalente de castellano.
En segundo lugar, mediante la persistente distorsión de la historia en la educación presentando a Cataluña, no a Aragón, como un “reino” nación, cosa que nunca existió, y como pueblo sometido a España (¿) desde la rendición de Barcelona el día 11 de septiembre de 1714, fecha que actualmente se conmemora con la Diada, a las tropas del rey Felipe V.
Con este enfoque se oculta la realidad de los hechos. Lo que hubo fue una guerra dinástica entre dos candidatos a rey de España, Carlos III de los Austrias y Felipe V de los Borbones. En esa guerra los territorios de la antigua corona de Aragón, entre ellos Cataluña, habían tomado partido por Carlos III, que fue el candidato derrotado. No fue una guerra que pretendiese la independencia del antiguo reino de Aragón, ni de una parte de él, Cataluña, sino simplemente una guerra de Sucesión entre los dos candidatos a reyes de toda España.
En tercer lugar, mediante una labor de expansión, que los nacionalistas consideran de reconquista, con fondos públicos, para lograr incluir a Baleares y Valencia en los llamados Países Catalanes. Todo ello adobado con ofensas a la identidad española, concretadas en silbar al himno nacional y en quitar la bandera de los edificios públicos, incumpliendo la ley y persiguiendo a todo catalán discrepante con el independentismo, como son los casos de Boadella, Vidal Quadras y tantos otros que, aún siendo catalanoparlantes, han dejado de sentirse cómodos en Cataluña y se han ido a vivir a otras partes de España.
Los tres factores citados son fundamentalmente emocionales y ante ellos las reacciones de los sucesivos Gobiernos de España han sido muy tibias y con escasa visión estratégica, dejando abandonados a su suerte a los españoles catalanes.
La Generalitat ha reforzado el argumento separatista mediante el “España nos roba” presentando balanzas fiscales en muchos casos sesgadas mientras que conseguía incrementar constantemente las aportaciones recibidas del Estado y su nivel de deuda y “olvidaba” que el resto de España es un gran mercado del que provienen muchos ingresos de las empresas catalanas. Por otra parte, pretender recibir exactamente lo mismo que da, implica renunciar al principio de solidaridad interterritorial. Los territorios ricos como Madrid, Cataluña o Baleares generan al Estado unos impuestos que no se les retornan en su totalidad sino que se destinan a ayudar y desarrollar otros territorios españoles menos favorecidos económicamente. Eso es irrenunciable.
La intensidad del fenómeno independentista no puede dejar de ser tenida en cuenta en las próximas elecciones generales tanto por la gravedad de las decisiones políticas que sobre este tema tendrán que afrontar el próximo Gobierno y las Cortes Generales como por el impacto que tendrá en la economía, al afectar a la prima de riesgo, con sus graves consecuencias para el pago de nuestra elevada deuda pública, y al crear incertidumbres para los posibles inversores, y por ende perjudicar al empleo, no solo en la región catalana, donde ya empiezan a verse signos evidentes, sino también en el resto de España.
Dada la trascendencia de la situación, los ciudadanos necesitamos que los partidos políticos expliquen, con claridad y concreción, qué propugnan evitando las declaraciones ambiguas y genéricas. Claridad para proponer qué hacer y qué medidas adoptar y realismo para no ignorar que si bien el independentismo ha quedado en minoría en las pasadas elecciones catalanas (48%) no cabe ignorar que ha ido creciendo y que ha ido tomando arraigo. En un reciente artículo mío (España, nación o no) en este medio, sugería una serie de medidas concretas tanto en el ámbito político, como en el económico, educativo y cultural. Hoy quiero enfatizar otro aspecto, las emociones, que han sustentado toda la evolución pro independencia, creando una cultura de apoyo a la misma y que deben ser, a su vez, un terreno en el que hay que actuar para recuperar los independentistas y revertir las tendencias.
Un querido amigo catalán me dijo hace unos 15 o 20 años que estaba pensando en enviar a sus hijos a estudiar a Zaragoza porque tenía miedo de que no pudieran hablar en castellano. Hoy se ha transformado en un independentista intenso que, sin embargo, afirma, sin plantearse su irracionalidad, que después de la independencia “seguirá siendo no solo catalán sino también español, europeo y ciudadano del mundo, todo al mismo tiempo”.
El independentismo se impulsa mediante enfoques emocionales movilizadores. Hay responderles y ganarles también en este plano, no sólo en el económico o jurídico. España es y debe querer ser una gran familia, construida por la realidad histórica, geográfica y política. España, nosotros, debemos manifestar que queremos estar unidos respetando los aspectos diferenciales pero valorando, también, la unidad nacional. Respeto a la libertad de expresión de quienes propugnen la independencia pero también proponerles nuestro sentimiento de unidad y de solidaridad interregional.
Trabajar en este plano implica una actitud que pretende recuperar a quienes han ido inclinándose hacia el independentismo y también apoyar emocionalmente a aquellos catalanes hoy aún mayoritarios que se siguen sintiendo españoles y catalanes y que a lo largo del periodo democrático se han sentido olvidados por los diversos gobiernos de España. Esto hay que hacerlo también en Valencia y Baleares.
Hay que reforzar la unidad con medidas concretas en el ámbito de la educación y de la cultura, todo ello acompañado de datos estadísticos y económicos que expresen la realidad y demuestren la falsedad de las quimeras pero sin olvidar un eje central, hay que manifestar que nos sentimos, somos y queremos seguir siendo una gran familia insertada en Europa y en el mundo.
El problema no radica en que un catalán (o un murciano) sienta que pertenece a una nación o región específica catalana o murciana. El problema surge cuando esa persona considera incompatible sentirse, a la vez, español, esto es, perteneciente también a la nación española y cuando además eso le permite faltar el respeto a los signos culturales del resto de españoles. Ante eso hay que anteponer que España es y quiere ser una gran familia, en la que caben todos los colores y libertades pero que no renunciará nunca a la solidaridad y que anhela ser capaz de sentirse unida bajo símbolos compartidos. A ver si de una vez se acuerda consensuar una letra para el himno español para que podamos cantarlo -y no sólo tararearlo- cuando gane la “roja” y en tantos otros momentos, como hacen todos nuestros países vecinos.
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