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ENFATIZAR EN LO ESPAÑOL

¿Qué hacer con Cataluña?

Enrique Miguel Sánchez Motos es Administrador Civil del Estado.
Enrique Miguel Sánchez Motos es Administrador Civil del Estado.

Por Enrique Miguel Sánchez Motos, Administrador Civil del Estado

By Enrique Sánchez Motos
martes 21 de octubre de 2014, 14:31h
El reto separatista se ha hecho una realidad innegable. Ya no queda más tiempo para seguir mirando hacia otro lado, ni para esperar que se produzca un milagro y que el tiempo encarrile por sí solo el grave problema. No es hora de más subterfugios: el Gobierno y Parlamento actual de la Generalitat, con el apoyo que, algún día, tendrán que cuantificar las urnas, propugna la separación de España de las cuatro provincias catalanas y, tiene para después el objetivo más ambicioso de crear los Paisos Catalanes, incluyendo a Baleares, Valencia y, si posible, a parte de Aragón. Algunos podrán decir que no es para tanto, que no es más que un órdago para conseguir ventajas especiales y un concierto económico, que es una amagar sin pretender. Sin embargo, eso es tener los ojos cerrados a la realidad histórica. El nacionalismo es separatista, nunca ha ofrecido otra alternativa y cuando parece que lo ha hecho, en realidad, ha actuado arteramente, ocultando su sentir profundo. ¿Se va a oponer Miquel Roca, padre de la Constitución, a la independencia? No nos hagamos ilusiones.

Ya en 1931, durante la elaboración de la Constitución de la Segunda República, el diputado castellano, de Palencia, Abilio Calderón, propuso que el articulo 4 estableciera que el español (no el castellano) era el idioma oficial de la República, a lo que le respondió el diputado catalán Gabriel Alomar, libertario y de izquierdas, que "si lengua española es el castellano, entonces mi lengua catalana, el vasco y el gallego, no son lenguas españolas". Al final se aceptó que se estableciese el castellano como idioma oficial y al igual y con una discusión similar se hizo en la Constitución de 1978. ¿Y todo para qué? Para que al final se impida o margine la educación en español/castellano en varios territorios, y en particular en Cataluña, y para que se diga que “Cataluña is not Spain” y por tanto que no es española. Ante esa situación tal vez seamos muchos los que hubiéramos preferido que, sin ambages, se hubiera dicho, o que se diga en el futuro que la lengua propia y oficial de España es el español, y que también son lenguas españolas propias y oficiales en sus respectivos territorios las lenguas regionales.

El tema del separatismo catalán es el más inmediato y el más importante por el tamaño y riqueza de su territorio pero no será el único. Ha llegado el momento de replantearse España, obviamente con serenidad, mesura y tiempo. Lo que no funcionará es la política del avestruz. Una nación es ante todo un sentimiento de identidad y de pertenencia y toda organización que no tiene identidad y que carece de sentido de pertenencia está llamada a desaparecer.

La arremetida separatista es una oportunidad para revisar y confirmar los valores esenciales en que queramos que nuestra nación se asiente. Uno de ellos es la libertad, que garantiza la expresión de toda idea y pensamiento y que es esencia para el diálogo esencia del progreso. Otro es la solidaridad que es el cemento de cohesión. Si cada uno solo piensa en sus meros intereses, ni una familia ni una nación, puede subsistir. El sentido de pertenencia y la solidaridad son esenciales para dar alegría a la vida y para el progreso verdadero. Ambas en un Estado moderno se plasman en la ley que debe ampararlas y contribuir a su desarrollo.

La libertad, acoge también la posibilidad de secesión pero no por acciones unilaterales sino siempre en el marco de la ley.

Ahora ante la situación de hecho en que nos encontramos es precisamente ese marco donde se debería haberse enfrentado al separatismo que ha incumplido reiteradamente las Sentencias de los Tribunales. Argumentan que la esencia de la democracia es la posibilidad de consultar al pueblo y tienen toda la razón. Así se hizo en 1977 con el referéndum sobre la Ley de Reforma Política que abrió las puertas a la Constitución de 1978.

Ahora bien, en un Estado de derecho hay un a priori absolutamente exigible: cumpla Ud. las Sentencias, cumpla la ley, sométase al orden constitucional. No se puede defender la democracia incumpliendo la legalidad, precisamente una legalidad democráticamente aprobada. Si la nación española renuncia a esa exigencia, estaría abriendo el camino a un viaje a lo desconocido y desde luego a un gravísimo conflicto.

Es evidente que no es lo mismo, por doloroso que sea, un divorcio de mutuo acuerdo que un divorcio a las bravas. Este sería el segundo plano de actuación que debería presentarse ante las tesis separatistas: ¿de mutuo acuerdo o por las bravas? En ello hay mucho que decir.

Por un lado, los temas económicos: la deuda, el pago de las pensiones a los jubilados catalanes, la exclusión de la Unión Europea, las trabas de mercado, la ubicación de las empresas y de sus sedes sociales, etc. Pensemos en los movimientos de capitales, de depósitos, etc que se han producido ante el tema de a posible secesión de Escocia. Hablemos claramente y con intensidad de las consecuencias económicas previsibles.

Por otro, ¿quién se queda con los hijos? ¿Dónde se ubicarían Tarragona, Lérida, Gerona, Barcelona, el valle de Arán, Hospitalet? ¿En España o en Cataluña? Un anarquista exiliado en Montpellier, me contaba a principios de los 70, que en la Segunda República, cuando se declaró la independencia del Estado Catalán, en la Barceloneta, barrio de inmigrantes murcianos y andaluces, se puso un gran cartel: “Aquí se acaba Cataluña”. Cabe por tanto preguntarse: ¿dónde se acabaría la Cataluña independiente? También habría que negociar, porque las provincias de Cataluña están llenas de catalanes españoles, si esa separación sería definitiva o si habría acordar una revisión pactada y obligatoria a los cuatro años.

Finalmente, el enfrentamiento más profundo, más esencial, con el separatismo, se juega en el terreno cultural. ¿Qué ha pasado para que la Constitución española en Cataluña, que refrendada por el 90,46% de los votantes, participando en la consulta el 67,9% del censo, parezca que ya hoy no vale? Conviene recordar que el vigente Estatuto de 2006, propiciado por Zapatero, fue refrendado tan sólo por el 73,24% de los votantes, participando la consulta tan sólo el 48,45% del censo, lo que viene a decir que el Estatuto fue refrendado por menos del 35,5% del censo de catalanes.

Algo se ha ido degradando, tal vez puedan explicarlo muchos españoles catalanes, entre ellos insignes representantes del teatro o la comunicación que jubilados o no han optado por irse a otras tierras. Lamentablemente, la exaltación de lo diferencial ha ido impulsando a España hacia un reino de taifas, en el que hasta normas tan naturales y tan prácticas como la ley de Unidad de Mercado, son recurridas por las Cataluña pero también por Andalucía?

Ser español ha ido empezando a dejar de ser un signo de identidad y eso no es bueno. Tampoco es bueno el españolismo exacerbado pues ningún nacionalismo lo es pero haber llegado al extremo de que avergüence ostentar la bandera española es un sinsentido. ¿En qué país de Europa ocurre eso? ¿Es esa la marca “cultural” separatista que queremos para España?

Muchos nos consideramos ciudadanos del mundo, solidarios con todos y con nuestro propio país y con todas sus regiones pero ¿cómo sentirte unido con aquellos a los que parece repugnarles el ser españoles? Dejemos a los nacionalismos insolidarios embarcarse en la cultura de la insolidaridad interna que todo llegará el día en que hagan las balanzas fiscales de Gerona, Tarragona, Lérida y Barcelona. Pero no seamos cómplices de ese tipo de cultura.

Recordemos la historia para aprender de ella, no para pretender pasar una cuenta de agravios a los fenicios, a los cartagineses, a los romanos o a los musulmanes que nos invadieron y colonizaron.

Lo que está en nuestras manos es el futuro. Este tipo de graves conflictos nacionalistas son un lastre que hay que denunciar y que puede dañar gravemente la necesaria recuperación económica que nuestros casi seis millones de parados necesitan. Nuestro reto es afirmarnos como españoles solidarios que queremos construir una Europa y un mundo solidario. No nos comprometamos por menos.
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