ESTANCAMIENTO PERSISTENTE
La economía de Francia no es lo suficientemente mala para impulsar las reformas
Por Christopher Dembik, analista de Saxo Bank en Francia
lunes 13 de abril de 2015, 07:34h
En 2013, tuve la ocasión de conocer al anterior Ministro de Economía polaco, Grzegorz Kołodko, considerado el principal arquitecto del milagro de la economía polaca al fomentar una agenda liberal a mediados de los 90. Debatimos sobre la ralentización de la economía francesa y no olvidaré nunca su ocurrencia sobre el tipo marginal del 75% sobre la riqueza: “¡Ni los comunistas habrían osado implantar una medida como esa!”. Desde 2012, se ha prestado mucha atención a la percepción de Francia como país “anti-empresas” y “anti-riqueza”. Las subidas de tipos y el apoyo al proteccionismo por parte del Ministro de Economía anterior, Arnaud Montebourg, no ayudaron mucho a la economía francesa. Estas medidas tuvieron un impacto negativo sobre la economía y contribuyeron sin duda a la reducción de la inversión extranjera en 2012 y 2013. Hace una década, Francia estaba a la cabeza de las economías europeas. El PIB per cápita de Francia estaba al nivel del de Alemania. Ahora está un 8% por debajo.
Mientras que Alemania ha implantado un programa de reformas muy pragmático, la denominada Agenda 2010, Francia se ha dormido básicamente en los laureles. Francia ha sido siempre cuna de compañías muy innovadoras, que se convirtieron rápidamente en líderes de sus sectores en Europa o incluso el mundo. Sus ganas de innovar han llevado a Francia a crear cosas increíbles como el coche eléctrico o el tren de alta velocidad. El país cuenta con uno de los mejores sistemas educativos y es conocido por su cultura de start-ups.
Estancamiento persistente
Pese a sus fortalezas, Francia no parece capaz de recuperarse de la crisis. En los últimos 100 años no han tenido que acostumbrarse nunca a una economía con crecimiento cercano a cero. Una situación que sí se vivió mucho más a menudo en el siglo XIX. Sin embargo, todos los datos económicos indican que el país galo está estancado. En el mejor de los casos, el crecimiento de la economía francesa podría superar levemente el nivel clave del 1,5% en 2016. Este nivel de crecimiento apenas basta para reducir el desempleo. En cualquier caso, puede que los franceses deban acostumbrarse a un paro elevado, teniendo en cuenta que la tasa de paro natural ha aumentado del 7% hasta cerca del 9% en los últimos años.
Al contrario de lo que ocurre en sus países vecinos, parece poco probable que Francia vaya a poder aprovechar las excepcionales condiciones económicas (unos tipos de interés históricamente bajos, un euro débil y una bajada del 50% del precio del petróleo). Los dos recientes periodos de fuerte crecimiento económico (1986–1990 y 1997–2001) se caracterizaron por un derrumbe del petróleo y una política de expansión monetaria, pero existe un tercer factor esencial para el crecimiento económico: la revolución tecnológica y/o la innovación financiera. La liberalización financiera fue un factor clave durante el periodo de de 1986 a 1990, en el que se experimentó un crecimiento medio del PIB del 3,4%, mientras el desarrollo del ecosistema de internet impulsaba la economía a finales de los años 90.
Las innovaciones siguen siendo numerosas en el ámbito de la tecnología financiera, la dronáutica y las energías renovables, pero aún no han fomentado el desarrollo de nuevos sectores industriales grandes. El ciclo tecnológico actual sigue en pañales, por lo que no puede tener un impacto significativo sobre la economía.
Escasez de inversión privada
Puede que el escaso nivel de inversión privada sea el principal desafío para la economía francesa. Pese al denominado “pacto de responsabilidad” con las empresas, la inversión privada seguirá en niveles pre-crisis al menos durante los próximos dos o tres años. El camino hacia la innovación conlleva un aumento de la inversión privada. Pero las compañías no pueden mantener niveles decentes de OPEX e inversión si la rentabilidad esperada no se recupera en algún momento.
Desde los años 80, la rentabilidad de las compañías francesas ha caído considerablemente por culpa de un sistema fiscal complejo y enorme. En Francia, las compañías tienen que pagar más de 135 impuestos directos e indirectos, en comparación con los 55 impuestos de Alemania. Esta situación claramente ha desincentivado la inversión. Solo una reducción de la carga fiscal que soportan las pequeñas y medianas empresas podría revertir esta tendencia negativa y mejorar la confianza de las empresas. De hecho, tendría sentido ofrecerles una ventaja competitiva en comparación con compañías más grandes, reduciendo el impuesto sobre el beneficio por debajo del tipo de referencia del 33,3%. Sería de justicia, teniendo en cuenta que las grandes compañías tienen más dinero y conocimientos para explotar los vacíos y los recovecos legales para pagar menos impuestos que las pequeñas empresas.
Pero en Francia falta un impulso político de reforma. François Hollande no fue elegido para continuar con la austeridad, sino para impulsar el crecimiento y mantener un nivel elevado de puestos de trabajo en la administración pública. Sometido a presión por la UE, presentó una agenda de reformas moderadas, pero la oposición fue tan fuerte dentro del Partido Socialista que el gobierno tuvo que recurrir a medidas constitucionales extraordinarias para forzar la aprobación de las medidas en forma de decreto. No tiene mucha pinta de que vayamos a ver más reformas a corto plazo. Dos años antes de las elecciones presidenciales, es muy probable que François Hollande opte por esperar a ver qué ocurre.
El problema es que la situación económica no es lo suficientemente mala para que se produzcan reformas ambiciosas. Pese a la tasa de crecimiento del 1%, Francia sigue siendo uno de los países más ricos del mundo. Esto no anima a los responsables políticos a adoptar medidas valientes. Ante la idea de sufrir un varapalo electoral en 2017 contra el Frente Nacional, los parlamentarios socialistas podrían sentir incluso la necesidad de distanciarse del gobierno y su agenda de reformas moderadas para mantener sus puestos. No cabe esperar mucho en lo referente a reformas en los próximos dos años. La economía de Francia crecerá ligeramente desde luego, pero por detrás de la recuperación económica europea.
Razones para estar animados
Con todo, Francia no es una causa perdida. Hay muchas razones para el optimismo a largo plazo. Francia es la puerta de acceso a nuevas culturas, experiencias y modelos. Contratar a líderes de compañías extranjeras para dirigir las compañías francesas era una herejía hasta hace diez años. Pero ha dejado de ser raro. Ahora mismo, Francia se centra mucho en el modelo alemán, pero también hay cosas que aprender en Europa oriental, Norteamérica o incluso Asia, y que podrían inspirar a los responsables políticos franceses. Los franceses han sido siempre poco amantes del riesgo, un rasgo cultural, pero las cosas están cambiando. Se han dado cuenta de que el estado del bienestar ya no es sostenible por el impacto de la presión demográfica sobre el mercado laboral y el sistema de pensiones y por el elevado nivel de deuda pública. El discurso ha cambiado; el estado está fomentando que se asuman riesgos y está creando incentivos para emprendedores e inversores extranjeros. “Cuantos más riesgos asumas, más riesgos asumiremos” afirma el Ministro de Economía Emmanuel Macron. Llevará tiempo, pero las cosas mejorarán. No me cabe duda de que aún están por llegar los mejores años para Francia.