ENTRE OPORTUNISMO Y OPORTUNIDAD
Peligrosa asociación entre partes del PP y PSOE con Podemos
Por José Luis Heras Celemín
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José Luis Heras Celemín
lunes 01 de junio de 2015, 09:35h
Que puede reventar la democracia ante la pasividad de los que se conformen con hacer el don Tancredo. “Siendo el individuo parte del pueblo, está obligado a aceptar sus decisiones”, “En la base del ordenamiento se encuentra la voluntad común de los ciudadanos, superior a cualquier otra voluntad. Las frases, tan de actualidad, son de un médico y pensador italiano de hace siete siglos, Marsilio de Padua (1275-1343) que alumbró los principios del constitucionalismo moderno basado en la reunión de la voluntad de los individuos para dar forma a la “soberanía popular”. En esas frases está el principio que da fundamento al sistema democrático con independencia de ideologías o tendencias. Desde ese principio, sale una norma, muy simple, que es imprescindible para vertebrar con equidad y lealtad el sistema de reunión de las voluntades individuales: Aceptado que la opinión de todo individuo ha de ser tenida en cuenta siempre, ésta ha de ser supeditada a la voluntad común manteniendo su propia entidad.
En democracia, el individuo tiene derecho a expresar su voluntad ejerciendo su derecho al voto. Pero ese derecho lleva inherente la obligación de respetar el voto de todos los que han contribuido a conformar la opinión común. En consecuencia, por equidad y lealtad, ninguno de los votos manifestados en democracia puede ser relegado. Ocurre, sin embargo, que en ocasiones sí se ha eliminado de “La voluntad común” una parte de los que han contribuido a formarla. Así ha ocurrido en los totalitarismos ideológicos que han existido a lo largo de la historia (comunismo, fascismo, nazismo,…) y ocurre con los pactos aberrantes en los que una parte de los que han expresado su opinión excluyen a otros, por motivos diversos y con consecuencias siempre deplorables.
En España, estando reciente en la memoria el llamado “pacto del Tinell”, que permitió el gobierno del socialista Pascual Maragall en la Generalitat de Cataluña y que alumbró el engendro de la exclusión de una formación política para establecer acuerdos políticos, ahora aparece una tendencia, común en algunos grupos, que oscurece la infra historia de la democracia española.
La postura de estos grupos produce una situación tan peligrosa que, de permitirse, puede provocar que en algunas instituciones democráticas (ayuntamientos, mancomunidades, pedanías y comunidades autónomas) los absolutismos de unos y los totalitarismos de otros conduzcan a situaciones de excepción con la exclusión de la vida política en esas entidades de una parte de los representantes de los ciudadanos que han contribuido a formar la “voluntad común”.
Y conviene darlo a conocer, no sólo para conocimiento de todos, sino para que las instituciones que deben velar por el funcionamiento de nuestras instituciones (Fiscalía, Tribunal Constitucional, etc.) tomen conciencia de que lo que está en juego no es sólo, aunque también, las aspiraciones personales y egoísmos de algunos, sino la esencia misma del sistema y nuestra convivencia nacional.
Se está oyendo estos días, y nadie interviene aunque una parte de la prensa lo denuncie y repruebe, que las esencias de la democracia nacional se están mancillando por las declaraciones de personas y grupos (Esperanza Aguirre, Pedro Sánchez, una parte del PP, otra del PSOE, algunos miembros del partido Ciudadanos y casi la totalidad de Podemos) que pretenden frentes comunes, cordones sanitarios y otras suertes de alianzas para evitar que en la puesta en práctica de la Voluntad Común del pueblo participen los representantes de todos los ciudadanos.
Muestras de estas prácticas antidemocráticas son las iniciativas propuestas por algunas partes, o facciones, de los partidos políticos consolidados (PP y PSOE) que han encontrado unos colaboradores desconocidos, aunque con prácticas demasiado conocidas, para radicalizar posturas, acentuar enfrentamientos sociales que no había y buscar alianzas que en un caso pretenden el aislamiento de una fuerza política consolidada, como el Partido Popular, y en otro la sustracción de las responsabilidades de gestión que pudieran corresponder a Podemos.
En este momento, existen las normas democráticas que articulan nuestro Estado de Derecho y conocemos unos resultados electorales. Con esas normas y esos resultados es posible, e imprescindible, que las formaciones políticas, o las “castas de las cúspides” que las dirigen, obedezcan la voluntad Común sin exclusiones, frentismos, o totalitarismos.
Porque, por lo que parece, no es cierto que una parte del pueblo esté por la exclusión de otra parte de ese pueblo. Lo que ocurre, y así lo proclaman los sociólogos y expertos, es que los que pretenden las exclusiones y los frentes sólo son “las castas de las cúspides”.
Frente a ellos, está el pueblo y las instituciones del Estado que deben defender la realidad. También, los mismos partidos políticos que no pueden excusar su obligación política, y democrática, haciendo el don Tancredo y consintiendo que unas facciones de “la casta” pongan en peligro la realidad que disfrutamos.
Es posible que las aspiraciones personales y las ideas de frentismos y totalitarismos quepan en la mente y egoísmos de algunos, pero también es seguro que con ellas nuestra realidad social empeora si generan un problema que puede evitarse.
Por ello, es preferible que las alianzas entre el PP (con sus fracciones), el PSOE (con las suyas), Ciudadanos (y sus partes) y Podemos (con sus coaligados y añadidos) se empleen para formar gobiernos sin exclusiones.
Lo contrario será una peligrosa asociación, que amenaza con reventar la democracia y es evitable, entre unas partes, parece que minoritarias, de los partidos políticos (“la casta”) asentadas en las cúpulas de unas organizaciones que son, y deben seguir siendo, democráticas.