En la comida en el Club, tranquila, entre cogollos de lechugas verdes y hojas pálidas de endivias blancas, se había hablado de las últimas elecciones municipales en Madrid y de los candidatos a la alcaldía.
Esperanza Aguirre, Manuela Carmena, Antonio Miguel Carmona y Begoña Villacís fueron objeto, más que de análisis, del marcaje implacable de Ángel y Tupy, los dos conmovidos por el resultado de las urnas. Después de comer, dos mujeres y un hombre se tendieron en unos sillones de enea, a la sombra de un tilo y al lado de unos rosales, mientras el resto jugábamos al mus bajo los toldos. Acabada la partida, nos dedicamos a contemplar, y seguir con atención, el jolgorio dialéctico que con un punto de guasa estaba montando Tupy. Tupy, o Tuppy, según el momento, es el apodo cariñoso con que Ernesto llama a su mujer: María de la Estupefacción Alegría del Jalón, madrileña de adopción, nacida en Soria y criada en la prerromana Bilbilis que llaman Calatayud. De primavera tardía madrileña, bajo un tilo y con los efluvios del aroma de las rosas.
Al parecer, mientras los hombres jugábamos la partida, Tupy había sido víctima de los sopores de la siesta y, al lado de los rosales en sazón, había caído en una especie de somnolencia, que llegó a sueño con ronquido de baba húmeda, y desembocó en pesadilla.
- Sí, era Manuela. En el sueño era ella. Montaba a un jamelgo, Carmona, una especie de montura torda, híbrida entre caballo zopenco y jaco con alamares que salía pifiando de un almiar oscuro y triste. Y llevaba a la grupa a un pitufo, de barba rala y con coleta, vestido con pantalón rojo y camisa gualda y morada, como de futbolero republicano.
- María Estupefacta, por Dios.- advirtió e interrumpió Ernesto.
- Mil cuatrocientas sesenta y seis razones dio, con el pitufo a la chepa y asentada sobre Carmona, mientras los tomates, casi sandías, explotaban, plaf, plaf, plaf, ante la carita guapa de Ña.
- Estupefacta, para. Que hemos comido sandía – volvió a interrumpir Ernesto.
- Ni de coña, pares. Tupy, sigue con Ña.- animó una de las mujeres.
Y la legítima consorte de Ernesto aparcó el recuerdo Ña, de Begoña Villacís, y siguió relatando el sueño:
- La señora, con sus setenta y un inviernos a cuestas, primero se hizo al trote y después deshizo al galope lo que da de sí el Hipódromo. Tiró de bridas, encaró la Cuesta de las Perdices, pateo un par de coches caros, coceó un haiga color burdeos y se metió en el Club de Campo. Allí, los hoyos de la pradera del golf habían sido ocupados por unas plantas con tomates que soportaban el machaqueo de “machacas de mareas”. Éstos, los machacas de marea, cada uno en su uniforme, cantaban. Camisetas blancas, de sanidad, se mezclaban con las verdes, de la enseñanza, las rojas de los Parad@s en Movimiento, las naranjas de los trabajadores sociales y las de color violeta, de una Coordinadora de mujeres. Y entonaban, magníficos, un pareado admirable: La sanidad pública no se vende, se defiende.
El resto del prado del Campo de golf, sin agua, pisado por machacas y pateado por bestias y jamelgos, se estaba agostando. Pero el sueño primaveral de la señora del jamelgo y el pitufo no se agostaba: Auditoria ciudadana. Mega inversiones y gestiones perversas. Deuda renegociada. Servicios municipales externalizados. Baremos progresivos para impuestos. Banco público municipal como herramienta. Observatorio popular de corrupción. Paralización de desahucios y desalojos. Viviendas desocupadas de La Sareb. Agencia municipal del alquiler. Concejalía de Igualdad de Género. Operación Canalejas y Calderón. Memoria Histórica. Velocidad a 30 kilómetros por hora. Sistema peatonal y residencial…
- ¿Y qué pasó con las sandías del Club de Golf? – insistió alguien.
- Lo de las sandías vino después. Los tomates se hicieron grandes, y se convirtieron en sandías. No ecológicas, pero sí ecólogas: verdes por fuera, como pederasta vicioso, y rojas por dentro, como de progre retro-progre sin pepitas. ¿El Golf? Nada. Se acabó. El campo se convirtió en un huerto de tomates sin tomates, de pimientos sin pimientos. Un esparragal auténtico, aunque sin espárragos.
- Estupefacta, estupefacta me quedas. Menudo berenjenal.
- Sí, sin berenjenas. Hay 1.466 razones – dijo la bilbilitana
- Menudo sueño. Parece una pesadilla.
Afortunadamente, lo vivido y contado por la legítima de Ernesto fue un sueño. La tarde iba acabando y el ambiente no estaba para volver a hacer partida de cartas y ponerse a jugar. Había que recoger y empezar a pensar en marchar.
Al salir del club, ya en la carretera, Esperanza Aguirre, Carmena, Carmona y Villacís pasaron a un segundo plano. Era hora de seguir. De seguir, sí. Pero no de olvidar el sueño de Tupy, que empezó en una tarde de primavera tardía madrileña, bajo un tilo y con los efluvios del aroma de las rosas y, soñando con Carmena, terminó en pesadilla.