Esa es la pregunta que muchos nos hacemos todos los días cuando nos levantamos por la mañana. Especialmente desde que los titulares de los periódicos y las conversaciones de las tertulias radiofónicas o de televisión se han centrado en la previsible proclamación unilateral de independencia por parte de Cataluña. Nos asedia esta información, y no parece que los días sucesivos al 1 de octubre vayan a remediar esta situación. La crisis de identidad de España arranca desde siglos atrás. De una nación con implantación ibérica, pasó a convertirse en un difuso Imperio en el que ningún día se ponía el sol. Y así fue durante siglos, uno de los mayores imperios del mundo, con posiciones en todos los continentes y administrando la vida de millones de almas. ¿Qué nos queda de aquella España, que los reyes aprovechaban para titularse en las monedas como “Rey de las Españas” -Hispaniarum Rex-, porque eran diversas y lejanas? ¿Existe realmente España? ¿Qué es lo que puede hacerme sentir español?
Muchos españoles nos levantamos todos los días a trabajar. Somos callados, discretos, alegres y esforzados. Nos importa nuestra familia. La crisis ha dejado en nuestro rostro -y en nuestras cuentas bancarias-, una huella que no pasará en muchos años. Quizás solo nuestros hijos puedan comenzar a vislumbrar una mejor situación. Para nostros se ha pasado el tiempo. Muchos de nosotros solo podemos ya aspirar a un retiro si apenas jubilación, aún así, aún nos levantamos todos los días para acudir a nuestro puesto de trabajo, junto a nuestros compañeros y compañeras, con la aspiración de llevar alguna buena alegría a nuestra casa.
Muchos españoles tenemos trabajos mal remunerados, o incluso hay muchas personas que solo trabajan en la economía sumergida. Mujeres separadas que, por ejemplo, limpian dos o tres escaleras al día o la barra de algún bar, y con eso sacan adelante la casa y a sus hijos. Muchas son mujeres mayores de 50 años.
Los bancos no te preguntan de donde traes el dinero cuando vas a pagar la hipoteca, el préstamo pendiente, la luz o el alquiler. Sin más, te cogen el dinero. Dá igual si eres prostituta, albañil u oficinista. Lo importante es que saldes tus deudas.
Eso los que trabajan. Los que no trabajan, continúan en esa búsqueda ansiosa por hacerse un hueco en el mercado laboral, un mercado estrecho, que los políticos españoles solo se han ocupado de maquillar en las estadísticas.
Muchos españoles que antes hemos trabajado por cuenta ajena, agotaron sus prestaciones de desempleo y nadan ahora como autónomos. Incluso han dado de alta a alguno de sus hijos o parientes, como única salida posible hacia adelante. Los que antes trabajaban en empresas, pasaron a ser parados, y de ahí, a la larga lista de autónomos, una lista que les encanta a los políticos porque escabulle las cifras del desempleo.
Pero los españoles somos algo más que unos sufridos perdedores, con cara de Rocky Balboa, siempre levantándonos del suelo con cara de que aquí no ha pasado nada. Hemos recibido golpes, pero no nos gusta darlo a entender a nuestras familias, nuestros amigos o nuestros compañeros. En el fondo, somos orgullosos y recelosos de nuestra situación. Por dentro va la procesión.
Solo falta que vengan algunos a estropearlo aún más. Solo falta que algunos políticos, especialmente algunos diputados independentistas alimentados por vete a saber qué intereses internacionales, siempre en contra de España -¡qué les habremos hecho que no se han olvidado!-, vengan ahora a echar más leña al fuego.
Lo de Cataluña recuerda algo a lo que se pasó en el País Vasco. La ETA incendiaba nuestras conciencias, a parte de asesinar a casi 1.000 personas, extorsionar y amenazar constantemente. ¿Qué quedó de todo aquello? Pues una cicatriz imborrable, una desgracia, un desastre.
¿Que hicieron los españoles con aquel desastre? Pues superarlo, no olvidarse, pero superarlo.
Y, ¿Qué podemos hacer con lo de Cataluña?. Pues lo mismo. Quitares la razón a los que no la tienen, alimentados por proyectos que nada tienen que ver con España pero si con sus enemigos -España sigue teniendo enemigos, aunque no nos demos cuenta-, y superarlo.
Va a costar.
Pero lo superaremos, como españoles que somos. Recientemente, en una rueda de prensa internacional hice una pregunta que tenía que ver con unas empresas afincadas en el País Vasco. Los interrogados me preguntaron: -¿Es usted vasco o catalán?-, algo que yo respondí, -No, un español muy normalito-. Los presentes en la mesa respondieron, -Vaya, claro, eso parece ahora algo muy obvio-.
¿Se puede recuperar la normalidad de ser español? ¿Se puede ser español sin tener complejo de decir que lo somos?
¿Por qué un anciano francés que luchó contra los alemanes durante la II Guerra Mundial puede llevar una bandera francesa en la solapa de su chaqueta y no le llaman “facha”? ¿Podría llevar Rajoy o Zapatero la bandera de España en la solapa de la misma manera que lo hacen Obama o Trump? Yo creo que no.
Hay que normalizar eso de ser español.
Todos los días nos levantamos para intentar hacerlo mejor, estar con nuestros hijos, manteniendo a regañadientes ese orgullo de ser o haber sido españoles, de nuestro pasado, muchas veces oscuro. Pero españoles, pese a todo. Sufridos españoles.
El español se tiene que levantar tranquilamente con su bandera en la mano pese a que los políticos que nos tocan no den la cara para defender lo que tienen que defender. Sl final siempre lo terminaremos pagando los mismos. Como lo de la ETA. Con sangre, sudor, trabajo y con dinero, mucho dinero.
Pero lo conseguiremos. Callada y silenciosamente.
Como lo hemos hecho siempre.
Si, yo creo que si, yo soy español.