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Concha Espina, escritora y católica.
Concha Espina, escritora y católica.

Concha Espina: una novelista en guerra

· Por Luis Sánchez de Movellán, Doctor en Derecho. Profesor y Escritor

By Luis Sánchez de Movellán
martes 02 de abril de 2019, 13:13h
La Guerra Civil española vino a ser entre otras cosas, como toda guerra, un potentísimo aldabonazo que, sacudiendo en su dolor, en sus penalidades y en su heroísmo, todas las capas de nuestra sociedad, llamó, con diferente intensidad, en el corazón de todos los españoles y marcó un hito en el devenir de nuestro pueblo. Siendo esto así, aquel doloroso acontecer había forzosamente de influir no sólo en la vida cotidiana de los escritores de aquel tiempo, que como seres humanos dotados de sensibilidad no podían ignorar la bélica sacudida ni sus secuelas, sino además, en sus facultades creadoras. Entre los escritores en lengua castellana y españoles de nación –no debemos olvidar a los de otros idiomas y otras latitudes- para quienes la Guerra Civil fue espuela y no freno, destaca con caracteres muy singulares Dña. Concha Espina y Tagle, de la cual se cumplen, por cierto, el próximo día 15 de abril, los ciento cincuenta años de su nacimiento. Se trata de una mujer que, en el momento del estallido de la contienda fratricida, tiene tras de sí una copiosa y notable obra literaria, ha publicado sus novelas maestras, ha sido leída, traducida, reeditada, obtenido premios y conquistada la fama, la cual, por cierto, nunca buscó.

Parece como si en esa hora agónica de 1936 su destino literario estuviese cumplido, alcanzado ya el cénit en la trayectoria de su creación novelística y firmemente asentado en la evolución de la novela contemporánea española, como término de referencia de su proceso literario, el estilo de su prosa narrativa. Pero, sin embargo, la guerra, de la que es no sólo espectadora, sino víctima, viene a ser para la escritora fuente de inspiración inmediata, que la impulsa a escribir al compás de lo que ve y siente.

Cobijada en su casa de Luzmela, cuando el ejército republicano aún domina Cantabria, Concha Espina, según su propio testimonio, escribe en la incertidumbre de su propio destino y el de sus manuscritos, iniciando así su etapa de novelista de guerra. Y, una vez recobrada la libertad, publica sin cesar, mucho antes de que la paz se haga. Y así, aparece Retaguardia en San Sebastián en 1937, Las alas invencibles en Burgos en 1938, Esclavitud y libertad en Valladolid en 1938, Luna roja también en Valladolid en 1939...

La inmediata reacción literaria a unos acontecimientos presenciados y humeantes aún las ruinas, quizá se pueda explicar en cómo se fue fraguando la propia Guerra Civil en los años de la convulsa II República. Los espíritus sagaces, como el de Concha Espina, que estaban inquietos con el devenir político de la Patria y la cristalización de las famosas y trágicas dos Españas, oteaban el horizonte y presentían el fatal desenlace.

La escritora montañesa, de linaje asturiano por la rama paterna, sintió en los entresijos de su alma la tragedia del intento revolucionario de Octubre de 1934, que precisamente en Asturias vino a resultar en una especie de ensayo general de la Guerra Civil, que en puertas estaba. Se podría decir que la novelista estaba ya aleccionada cuando la guerra estalla y ha tomado ya posición, lo que explicaría la rapidez de su reacción literaria ante la guerra y la pronta y casi simultánea forja de las novelas que sobre ella versan.

Concha Espina toma partido y hace que su postura sea beligerante, sintiéndose en la obligación moral de no diferir un instante la proclamación de su posición. La literata cántabra concibe la sociedad, de la que no sólo es parte sino, también, pregonera, cuyos cimientos el bando revolucionario socava, como el resultado de una tradición. De raíz cristiana, cuya moral informa la conducta de sus miembros, se alza sobre este basamento esta tradición, que tiene una vertiente histórica y social y una vertiente estética. Estas dos vertientes aparecen como los aspectos de una sola realidad.

La profunda creencia en sus ideas, en sus posiciones y la urgente comezón en proclamarlas son las dos notas fundamentales en la gestación de los libros de este ciclo bélico. La posición de Concha Espina está bien madurada sin dar lugar a una improvisación en su planteamiento y plasmación, pero, sin embargo, en el desarrollo de alguna de estas novelas de guerra se advierte, con alguna frecuencia, una cierta premura. Nace esta prisa de su sentido de la responsabilidad como escritora, de su impaciencia en proclamar de manera literaria cuál es la actitud que adopta en el enfrentamiento bélico apenas iniciado y las razones que la abonan.

La novelista santanderina nunca escribió de memoria ni por referencia de terceros. Por ello, sus novelas de guerra tienen como teatro de la acción la retaguardia –la republicana, que para ella, ocioso es decirlo, era la enemiga- donde vivió y padeció, y no el frente, donde, entre otras cosas por razón de edad y de sexo, no estuvo. Así, la novela más importante de este ciclo es Retaguardia, la cual, por cierto, en su más amplia acepción estratégica y no táctica, ofrece al escritor un punto de vista desde el que puede abarcar la totalidad de la contienda en todos sus aspectos.

La literata montañesa, al novelar esta retaguardia, no hace sino continuar las líneas maestras de su quehacer novelístico anterior y dentro de su producción total sus novelas de guerra, que no son muchas y casi todas ellas cortas, no constituyen capítulo aparte desde un punto de vista estrictamente literario. Postrer representante del realismo pero influida por el modernismo, el estilo de su literatura bélica es totalmente “espiniano”, herencia fiel y continuación del forjado en sus anteriores novelas, singularmente en las capitales y decisivas, como puedan ser La esfinge maragata o El metal de los muertos.

Las novelas y relatos de guerra de Concha Espina tienen como pórtico un diario. Se trata del libro Esclavitud y libertad. Diario de una prisionera (Valladolid,1938), el cual abarca desde el 17 de Julio de 1936, inicio de la Guerra Civil, hasta el 25 de Agosto de 1937, en que la villa de Luzmela, en Cantabria, cambia de manos, con cuyo cambio la escritora recobra la libertad perdida. La novelista se encontraba desde principios de Julio de 1936 en su casa de Luzmela y, sorprendiéndola allí el comienzo de las hostilidades, allí se quedó, confinada y vigilada, hasta que las tropas republicanas se retiran de la zona y entran en ella, como liberadoras, las que la escritora denomina, y otros muchos con ella, nacionales.

La fama literaria de las novelas de Concha Espina había sido inmediata, y la misma suerte le cupo a su obra de guerra y aunque a ninguna de las beligerantes novelas de este ciclo se la pueda calificar de magistral, forman todas ellas un ciclo de indudable interés. La escritora, en suma, sólo pretendió dejar constancia, bajo especie literaria, de lo que había visto y sentido en su refugio y confinamiento en su casa de Luzmela. Con valentía y galanura, ignorante del resultado definitivo del civil enfrentamiento, la novelista había tomado partido con la más comprometida de todas las armas, la pluma de su oficio.

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