Con la crisis del Covid-19, no encontramos en un escenario altamente propicio para teorizar sobre conspiraciones. Desconocemos todavía cuál es el origen de la pandemia, pero no descartando la versión sugerida por China según la cual el Ejército estadounidense habría introducido el virus en el antiguo país del Celeste Imperio, también podríamos barajar las tesis de que se hubiera “escapado”(no sabemos si intencionadamente) algún virus de los laboratorios secretos de Wuhan en un ataque biológico programado contra Occidente.
Lo que sí parece claro -conspiraciones aparte- es que esta crisis vírico-sanitaria -que entendemos “secundaria”- ha venido a acelerar el fin del ciclo que estamos viviendo, con el desplome salvaje de los mercados, la crisis galopante de la propia globalización y el final inexorable de la era que comenzó con los famosos Acuerdos de Bretton Woods en 1944.
Se nos viene encima una crisis de una magnitud de la que todavía parece que los gobiernos mundiales no son conscientes. Una crisis que contemplará unos cambios de paradigmas importantes y que a lo largo de la Historia por dos veces se han producido. La primera fue con la caída del Imperio Romano que concluyó con la aparición del feudalismo entre los siglos IV y VI de nuestra era. Y la segunda apareció con el nacimiento del capitalismo, aun de forma incipiente, a partir del Renacimiento. Lo que vemos ahora es el fin del capitalismo, sumido en una crisis sistémica planetaria.
El capitalismo, pasada la fase superior de la globalización, necesita seguir en una continua expansión, necesita abrir mercados nuevos porque sin mercados nuevos se asfixia y, por tanto, muere. El Covid-19 está siendo una excusa para intentar hallar una explicación a la quiebra de los mercados planetarios, mas ésta es una cuestión que empezó mucho antes, quizás ya en la anterior crisis de 2008.
Entendemos que el modelo económico actual ha llegado a su fin. Con la caída del Muro de Berlín, los dos modelos existentes, el socialista y el capitalista, se fusionaron en uno solo que duró hasta 2008, cuando comenzó el principio del fin, aunque muchos no lo quisieran ver e incluso teorizaran simplezas como aquella del “fin de la Historia” del politólogo estadounidense, Francis Fukuyama, que tanta literatura produjo.
En 2008, todavía existían formas de salvar el sistema, limpiando los elementos parasitarios, pero ahora existen burbujas creadas por los bancos y el sistema financiero, que han aumentado la deuda en un 70%, que no se pueden eliminar o quizás sí se puedan liquidar, pero eso sería mediante una guerra termonuclear o bacteriológica, es decir, una fuerza mayor que en la mayoría de los contratos permitiera no pagar la deuda. El modelo económico negociado y aprobado en Bretton Woods en 1944, sólo funciona con una expansión ilimitada del capitalismo. Pero hemos llegado al final y lo que estamos viendo ahora -y mucho más veremos de ahora en adelante- son las consecuencias de la quiebra del sistema y el hundimiento del modelo, volatilizados por un microscópico virus.
Desde 1991 y hasta hace muy poco tiempo, teníamos un mundo unipolar, dominado por el paradigma neoliberal y financiero, dónde se producía un crecimiento a costa de los demás. Cuando desapareció la Unión Soviética y Occidente pudo expandirse, el sistema unipolar sobrevivió hasta 2008. Ahora estamos viendo la muerte de un sistema y el nacimiento de otro nuevo que nadie conoce. Por eso, Putin, Trump y Xi Jinping ya están hablando de sentarse después de las elecciones norteamericanas y decidir las nuevas reglas del juego para este mundo post-covid 19 y post-Bretton Woods.
Desde la caída del Telón de Acero, existe una lucha dentro del capitalismo, una lucha entre banqueros, financieros y especuladores de Wall Street, contra nacionalistas autárquicos y proteccionistas industriales. Donald Trump es la cara visible de este grupo alternativo nacional-populista, antiespeculadores y antiliberal. Si gana las elecciones de noviembre, podremos decir que el liberalismo toca a su fin, pero no el liberalismo clásico de John Locke, Edmund Burke o Alexis de Tocqueville, sino el neoliberalismo financiero parasitario que nunca ha producido nada y ha vivido de la simple especulación. La Unión Europea ha sido y sigue siendo el ejemplo paradigmático de este neoliberalismo desenfrenado globalista, sin rostro y sin corazón, y, por tanto, está condenada sin remedio a su muerte y desaparición. En una sola generación, poco quedará de la Europa de hoy, siendo lo más probable una implosión de nuevos nacionalismos europeos.
Teorías conspirativas aparte, lo más perentorio ahora es definir el modelo postcrisis, siendo la pandemia del Covid-19 secundaria. Existe una histeria colectiva global con este virus maldito, pero esto es solamente la antesala del primer acto, que comenzará en septiembre o en marzo del año próximo como muy tarde. Entonces la gente si saldrá a la calle, porque una mañana al levantarse se dará cuenta que los bancos habrán cerrado. Es lo que sucedió en la antigua Unión Soviética en 1991, cuando el 40% de la población perdió hasta el último céntimo que tenía en el banco; o en la Grecia del rescate en 2008, cuando la gente no pudo sacar de los cajeros mas que migajas para sobrevivir o los pensionistas helenos perdieron más del 40% de su pensión. Esto va a suceder a escala planetaria. Lo que se nos avecina -y lo avisamos a un año vista- es una crisis sistémica muchísimo peor que la del crack de 1929.
Nos encontramos ante el fin de la middle class, que surgió con fuerza en España en la década de los 60 y 70 del siglo XX y se fortaleció en los EE.UU. durante el mandato de Ronald Reagan. Ahora, como estamos en los prolegómenos del final del modelo, la clase media va a desaparecer definitivamente. La gente saldrá a la calle y les reprimirán duramente y sin contemplaciones. Todas las medidas de tipo marcial, de arresto domiciliario y de toque de queda que se están ensayando ahora son métodos para poner a punto el plan de seguridad comunistoide y autoritario que vendrá en unos seis meses o un año a más tardar. Las fuerzas de seguridad nacionales (las diversas policías y el Ejército) están haciendo un ensayo general de lo que va a venir, analizando la capacidad de aguante y reacción de la población.
Cuando las empresas abran (las que puedan abrir, pues muchas otras habrán cerrado definitivamente) dentro de uno, dos o tres meses, van a estar a punto de quebrar y el resto no podrán ni pagar los salarios de los trabajadores. Y si no abonan los sueldos, los trabajadores no podrán comprar y el consumo se desplomará a cifras espeluznantes. Habrá un perverso efecto dominó y España, sin industria pesada, con su agricultura y ganadería abandonadas, rolando a otros países europeos, y sin política monetaria propia porque la decide el BCE y otras instancias, se encontrará con que agoniza y muere. Las ayudas -mientras haya- paliarán algo el desastre, pero no servirán para nada porque la crisis no es sectorial sino sistémica.
Todos los esfuerzos serán vanos, pues la crisis nos ha estallado en la cara, siendo el Covid-19 la mecha de una explosión financiera de gran calado. Y desde que existe la pandemia “coronavírica”, ya no ocurre nada más. Ya no hay ni infartos ni cáncer ni otra gripes ni refugiados ni pateras ni terrorismo. Ya no hay tampoco, cambio climático ¿Dónde está Greta Thumberg? ¿Dónde el peligroso heteropatriarcado? ¿Dónde la ideología de género? ¿Se acabó el veganismo cursilón? La respuesta quedó en el viento, como cantaran los legendarios Peter, Paul&Mary o el Nobel Bob Dylan, en su inolvidable “Blowin’ In the Wind”.